Desde su fundación en 1899, paralela a la crisis colonial de España en Cuba y Filipinas, el Barça siempre fue reflejo del proyecto modernizador e industrial del catalanismo. Probablemente fue así porque los fundadores, aunque muchos eran extranjeros, estaban ligados a la industria catalana. La fundación del Barça coincidió con el Cierre de Cajas, “lo moviment gremial”, como fue conocido en su momento, por el cual 7.000 comerciantes y empresarios catalanes se negaron a pagar los impuestos trimestrales a la Hacienda española por la subida de la cuota. La reacción del gobierno presidido por Francisco Silvela, que supuestamente era reformista, fue declarar el estado de guerra en Catalunya y encarcelar a algunos de esos burgueses “rebeldes”. En 1901, Josep Morera i Borés publicó el libro Quinze dies a la presó, cuyo subtítulo era casi una declaración de principios: Impressions, notes i recorts d'un dels que voluntàriament van constituir-se presos en lo moviment gremial de 1899. Este relato de uno de los protagonistas llegaba a una conclusión muy tajante: “Tenim religió, família i casa, però, de pàtria, si en tenim, res fem per conservar-la”. El joven Enric Prat de la Riba vio en esa desesperación, en esa orfandad política, la oportunidad para que el todavía minoritario catalanismo se convirtiera en un movimiento realmente nacional. El éxito de la candidatura de los Quatre Presidents en las elecciones de 1901 demostraron que Prat no iba tan desencaminado.

Decía el añorado Josep Termes, barcelonista hasta las cachas, de esos que no cenan si el equipo pierde el partido, que “catalanista lo es toda persona que quiere al país y defiende su lengua, su cultura, sus símbolos y sus tradiciones”. Para el historiador de las raíces populares del catalanismo, un presidente del Barça debe ser catalanista por obligación, tener un carácter institucional y evitar intervenciones extemporáneas, manteniendo un talante equilibrado para poder acoger todas las sensibilidades ideológicas de la masa social. El lema, que ahora, con el estadio vacío, reluce más que nunca, según el cual el Barça es más que un club adquiere sentido ciertamente por eso. La historia del Barça es muy larga y ha vivido momentos tan difíciles como los actuales, que hoy son especialmente dramáticos desde todo punto de vista, pero desde sus inicios en el convulso fin de siècle español estuvo ligada a los ideales de Catalunya. Cuando el fútbol se estaba transformando en un deporte de masas, el Barça no solo se convierte en un club importante, sino que ayuda a difundir los anhelos mayoritarios de la población, más próxima a los países industrializados y democráticos de Europa que la española. La politización del club no ha sido siempre explícita, aunque pocos clubes del mundo pueden decir que uno de sus presidentes fue fusilado por los fascistas o bien que su estadio fue clausurado por motivos políticos, como ocurrió durante la dictadura de Primo de Rivera.

Laporta ya demostró de lo que era capaz para sacar adelante el club sin traicionar los principios fundacionales del Barça

Así pues, entre los presidentes y directivos del FC Barcelona los ha habido con un marcado sentido político. Pero entre los más recientes, la llegada a la presidencia en 2003 de Joan Laporta dio un empuje soberanista al Barça que no se veía desde los tiempos de la República. En una asamblea que tuvo lugar en Amposta el 11 de octubre de 2009, Laporta proclamó que su Barça era el más catalanista de la historia a la vez que también era el más universal de la historia. Fue duramente criticado por su arrogancia, pero la realidad es que los años de su presidencia, 2003-2010, coinciden con un momento de esplendor deportivo del club, lo que me parece innecesario demostrar, y de gran compromiso político y social. Puede que ya nadie recuerde que fue bajo el mandato de Laporta que el Barça adquirió un compromiso social inigualable, pero así fue. Además de lucir la camiseta con el logo de Unicef, el Fútbol Club Barcelona también se comprometió a donar a la organización de Naciones Unidas dedicada a la salvaguarda de la infancia un mínimo de 1,5 millones de euros anuales, durante cinco años, con el fin de apoyar los programas de Unicef. La donación del primer año sirvió para apoyar las acciones en Suazilandia destinadas a prevenir la transmisión del VIH. Yo mismo fui testigo, cuando era director de Unescocat, del compromiso del Barça con la Unesco y sus programas educativos a través de la Fundación. Estuve en París cuando Joan Laporta y Koichiro Matsuura, director general de la Unesco, firmaron un acuerdo que la entidad catalana entendió que era “un ejemplo para otras entidades y una manera de decirle al mundo que tenemos que solucionar los déficits educativos de los niños”. Así pues, poco más de un año después de firmar el acuerdo con Unicef, el Barça reincidió en su compromiso social mientras se hartaba con los títulos deportivos del primer equipo.

Ustedes me dirán que todo eso ya es pasado, que me regodeo en los éxitos de antaño de Joan Laporta, como insisten en remarcar algunos de sus oponentes. Pero precisamente la historia, lo que Laporta aportó al Barça durante los años que vivimos mágicamente, es su mejor aval. Laporta ya demostró de lo que era capaz para sacar adelante el club sin traicionar los principios fundacionales del Barça. Él probó que el independentismo, como el catalanismo, solo es compatible con tener una visión universal y global en la gestión deportiva y de imagen del club. Josep Maria Bartomeu ha sido uno de los peores presidentes del Barça. Llevando al club a una de las crisis institucionales y deportivas más agudas desde aquel 2003 que Laporta también tuvo que remontar los desastres de Joan Gaspart, quien tuvo que dimitir por el clamor de los aficionados. El compromiso, aseguraba Abraham Lincoln, es lo que consigue transformar una promesa en realidad. La esperanza, que es lo que estimulan las promesas, crece en lo histórico y nos permite librar la batalla para salvar el futuro. A Joan Laporta no le falta ni compromiso ni tenacidad para recuperar la esperanza, pues a su lado ya vivimos ese futuro. Es por eso, para conservar la esencia fundacional del club y reconquistar los días del futuro pasado, es por lo que el próximo domingo votaré a Joan Laporta. Al fin y al cabo, siendo yo historiador, sé que la historia se abre al futuro y se interpreta a partir del futuro que los individuos planean y quieren implantar.