No sé si ustedes han tenido la oportunidad de leer el último libro de Monika Zgustova, Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Guttenberg). Si no lo han hecho, láncense de cabeza. Esta traductora checa, que hace años que vive en Barcelona, escribe en este libro un intenso relato sobre nueve mujeres que fueron deportadas al gulag soviético y lo sobrevivieron. Es una historia vivida, porque Zgustova ha buscado y ha entrevistado durante años a estas mujeres, doblemente invisibles por el hecho de ser mujeres y disidentes, que sufrieron la brutalidad de la represión estalinista. Empecé a leer el libro el sábado, para conmemorar el día internacional contra la violencia machista. No me equivoqué.

Este es un libro que, más allá de ratificarme en lo que ya hace años que sé, que el comunismo soviético fue tan mortífero como el nazismo y que el gulag estalinista es comparable al Holocausto hitleriano, también es la historia de grandes amistades. En condiciones extremas, los humanos podemos ser muy insolidarios, pero también es un buen momento para demostrar amistad y compartir un brioche y una tableta de chocolate con quien no conoces hasta que alguien, poseído por la autoridad, se apodera de la tableta de chocolate porque sabe que no dirás nada. Por miedo. Por agotamiento. Porque sabe que muchos de los que te rodean encogerán los hombros para expresar aquel "me da igual" típico de los cobardes, si es que no quiere expresar otra cosa, como colaboracionismo puro y duro.

"Cuando alguien quiere una cosa, tiene que esforzarse. ¡Y de lo lindo!", dice Valentina Íevleva a Zgustova. La recomendación es para advertirle de que las dificultades por llegar a su casa, situada en la periferia de Moscú, no pueden pararla si realmente quiere escribir un libro y que, además, tenga alma. Valentina es una de las nueve mujeres que protagonizan este libro y, como la mayoría, es una gran lectora. La deportación a Siberia la ayudó a atreverse a pensar, que es lo que temen los partidarios de todas las dictaduras, que son, también, los partidarios de la barbarie y la maldad. A Stalin, como a todos los dictadores, no le gustaban los personajes que, desde otra creencia, pueden interpretar el mundo. En el gulag estalinista, los chamanes también eran condenados por sus prácticas de adivinación. Uno de estos chamanes le dijo a una Valentina todavía joven, temerosa del futuro al cual había sido condenada, que para superar la barbarie tuviera "compasión de las malas personas, porque son malas por debilidad" y que buscara amigos que se le parecieran, porque "esta amistad será para la vida y para la muerte". Así es siempre en la desgracia —concluye.

El extremismo no hace distinciones ideológicas y se basa en la intransigencia con un gran desprecio por la condición humana

La amistad se pone a prueba en la desgracia, ciertamente. Hay políticos que abominan de la amistad porque creen que la "cosa pública" es incompatible con la afección hacia el otro. En política no hay alteridad. Todo es binario. Y como es casi siempre así, a menudo los conflictos políticos se enquistan y se fonamentan en el odio. En política, o eso creen muchos de los políticos en activo, no hay amistad. Sólo interés. Es por eso que me sorprendió que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, que es el único sandinista que me caía simpático el año 1979, y ahora sé por qué, confesara en una entrevista reciente que cuando "rompí con el sandinismo en Nicaragua, me di cuenta de que la amistad [con Fidel Castro] era política, no personal. No lo he vuelto a ver desde 1991". Aunque compartieran libros, novelas y biografías y que después las comentasen juntos, al fin lo importante era la afinidad política. Mientras Ramírez militaba en el sandinismo, Castigo divino (Alfaguara), una de sus novelas, publicada en 1988 y construida como si fuera un sumario judicial, fascinaba al dictador Castro, que quería saber qué había de cierto en aquella historia de sexo, dinero, poder y muerte. Cuando renegó de ello, sobre todo porque se dio cuenta de hasta qué punto los hermanos Ortega eran unos bárbaros, esta novela fue prohibida en Cuba. Ernesto Cardenal, el cura de la boina que el papa Juan Pablo II reprendió en un famoso viaje a Nicaragua del año 1983, tardó un poco más en verlo, pero finalmente diez años después también se dio cuenta de ello.

El totalitarismo es de derecha y de izquierda, como todo el mundo sabe. El extremismo no hace distinciones ideológicas y se basa en la intransigencia con un gran desprecio por la condición humana. El testimonio de las nueve mujeres rusas lo hace evidente y contradice la tesis expuesta el año 44 aC por Cicerón en el tratado De Amicitia. Decía Cicerón que es posible y hay que vivir la amistad en la política. Sería deseable. Y seguro que debe haber casos de grandes amistades entre adversarios políticos, pero no es lo habitual. En la política catalana hay políticos que todo el mundo sabe que son malas personas. El tiempo lo ha ido demostrando, sobre todo cuando sin complejos son capaces de ponerse al lado de los antiguos "adversarios" para hundir viejos aliados. "Cuando los hombres son amigos, no hay ninguna necesidad de justicia", escribió Aristóteles. Y aun así, aunque seamos justos, necesitamos la amistad para superar un mundo de dolor y padecimiento. Fue así como pudieron sobrevivir a la dureza del gulag Zaiara Vessiolaia, la mujer de Lot; Susanna Petxuro, la Penélope encarcelada; Ela Markaman, la Judith del siglo XX; Elena Korybut-Daszkiewicz, la Minerva en las minas; Valentina Íevleva, la Psique encarcelada; Natalia Gorbanévskaia, la Antígona ante el Kremlin; Janina Misik, el Ulises en Siberia; Galia Safónova, la Ariadna hija del laberinto e Irina Emelianova, la Eurídice en los infiernos. Forjadoras de verdaderas amistades que, en condiciones inhumanas, las ayudaron a soportar el dolor y lo encerraron en la oscuridad de las entrañas.