Fedro, el fabulista latino de origen tracio, dejó dicho que "las adulaciones de un hombre malo encubren siempre una traición". En política las traiciones están en el orden del día. Hay políticos que son considerados hábiles precisamente porque saben esconder las traiciones. En la Catalunya del individualismo, recular para volver a vivir del independentismo es más rentable que afrontar de cara las dificultades para hacer efectiva la República, que es cierto que solo se proclamó en el Parlament y que ni siquiera se trasladó al DOGC o al DOPC. En unas declaraciones en RAC1, el president Carles Puigdemont ha reconocido los errores que se cometieron antes del día 27 de octubre. Se ha remontado al día 10 de octubre, cuando hizo caso de la promesa —hecha por muchas vías, pero sobre todo por boca de los socialistas— de "que si no votábamos la declaración de independencia, habría diálogo". No hubo diálogo, aunque el president dio un paso atrás que decepcionó al gentío que estaba escuchando lo que pasaba dentro del Parlament a través de una pantalla gigantesca instalada al final del paseo de Lluís Companys. Entonces ya se pudo constatar, si bien en voz baja y sin que la gente se diera cuenta de ello, que Fedro tenía razón.

Cada día tengo más claro que es una equivocación pretender encarar un reto como la independencia de Catalunya sin ser transparente con la gente. La transparencia no es tan solo aquello que se idolatra haciendo públicas las cuentas corrientes de los altos cargos de la Generalitat. Eso está bien, aunque normalmente va acompañado de una especie de recriminación contra los que se han ganado bien la vida, porque rendir cuentas (lo que en inglés llaman accountability) cuando se gestionan bienes públicos es necesario y obligado. El mundo de la política también tendría que proponerse ser transparente. Hoy, por ejemplo, hemos asistido a uno de aquellos espectáculos que desconciertan a la buena gente que desde 2012 combate tenazmente por la independencia. Después de que ayer la mayoría parlamentaria soberanista aprobara una propuesta de resolución, pactada entre JuntsXCat y ERC y asumida parcialmente por la CUP, para reconocer la legitimidad de la presidencia de Carles Puigdemont, y después de que el mismo president hiciera una comparecencia telemática para explicar que renunciaba provisionalmente a la investidura del gobierno autonómico en favor de Jordi Sànchez, ERC sale ahora con la propuesta de investir a Oriol Junqueras. A ver si nos entendemos. El president Puigdemont ha tenido que hacer esta maniobra porque ERC no ha querido —ni quiere— convocar el pleno para investirlo. Lisa y llanamente. "¿Queréis a más gente en prisión?", era su excusa. La cuestión es que con esta negativa de ERC traicionó el pacto suscrito en Bruselas según el cual la legislatura arrancaba en la elección de un nuevo presidente del Parlament, dado que Forcadell no quería repetir y que JuntsXCat mantendría a su candidato a presidir el gobierno autonómico.

En la Catalunya del individualismo, recular para volver a vivir del independentismo es más rentable que afrontar de cara las dificultades para hacer efectiva la República

Roger Torrent es hoy presidente del Parlament. Esta parte del pacto se cumplió, pues. El alboroto empezó cuando después de la ronda de conversaciones y de convocar el pleno de investidura para el día 30 de enero (y de eso ya llevamos un mes), ERC retrocedió y Torrent lo desconvocó unilateralmente. Desde entonces que ERC y JuntsXCat negocian una solución. Cuando parecía que ya se había llegado a un acuerdo —más allá del reparto de cargos, algo que gusta mucho entre los que tienen aspiraciones—, hoy Sergi Sabrià, el portavoz de ERC, ha discrepado públicamente de la propuesta de ayer del president Carles Puigdemont de que Jordi Sànchez sea el candidato a la presidencia de la Generalitat después de que él mismo anunciara una renuncia provisional. Sabrià no puede alegar desconocimiento, porque el acuerdo fue este. Por segunda vez, ERC rompe un pacto. Lo mejor es el argumento que ha utilizado Sabrià, porque es de un cinismo que da pavor: "En la línea de la legitimidad, si el candidato no es Puigdemont, lo tendría que ser Oriol Junqueras". Después del pleno de ayer, Marta Rovira y Miquel Iceta se pusieron a hablar sentados uno de cara al otro en medio del hemiciclo. Entonces Iceta aconsejó a Rovira: "Aquí no, que hay moros en la costa". ¡Uy, qué miedo! La coincidencia entre las declaraciones de Sabrià y esta escena hacen sospechar que el centinela Marcel tenía razón cuando lanzó al príncipe Hamlet, en la explanada del palacio de Elsingor, que "algo huele a podrido en Dinamarca". Desde entonces sabemos que los Marcels son muy necesarios para señalar los trapicheos y las miserias de la política. Y la máxima también serviría si habláramos de Calabria.

Desde el momento en que ERC decidió que no quería reeditar Junts pel Sí y que abandonaba a su suerte al Govern legítimo, ya no tiene derecho a reivindicar nada. JuntsXCat hizo una campaña basada en la legitimidad y la recuperación de las instituciones perdidas a través de unas elecciones ilegítimas pero legales. Ganó y desde la misma noche electoral ha estado intentando conseguir aplicar lo que había prometido a los electores. ERC ha hecho lo contrario. Es verdad que no lo había prometido en campaña y que desde el momento que han renunciado a restablecer Junqueras como vicepresident, su comportamiento es otro. Ahora bien, dado que ninguno del dos grupos soberanistas ganó las elecciones con contundencia, sino que, además, se vieron superados por Cs, la formación del nuevo Govern se ha mezclado con la negociación sobre cómo reconocer a Carles Puigdemont y al antiguo Govern, lleno de bajas voluntarias. Se llegó a un pacto, forzado por ERC, que es el que expuso ayer con brillantez el diputado de JuntsXCat Quim Torra, dejando para la noche que Puigdemont hiciera el anuncio de la candidatura de Jordi Sànchez. ¿Por qué ahora Sabrià se desdice de lo que se pactó en Bruselas? ¿Es que han pactado con alguien más repetir las elecciones? Porque si eso es así, las adulaciones que hasta ahora ha hecho ERC de Carles Puigdemont parece que se ajustan más a la traición de que hablaba Fedro que a la lealtad que se merece quien no renuncia, a pesar de los errores que haya podido cometer, ni a la República ni a la independencia. Favorecer al enemigo no es la mejor forma de tener aliados entre los que defienden la ciudadela.