En mi último artículo sobre la propuesta de ampliación del aeropuerto de Barcelona ocupando el espacio protegido de La Ricarda hacía referencia a posiciones que aseguran que se puede crecer (y convertirse en el anhelado hub) optimizando la gestión de la infraestructura existente. También planteaba dudas sobre la sospechosa prisa y presión de Aena a fin que se tome la decisión, el poco sentido de querer crecer en una zona urbanísticamente sobresaturada y la falta de estudios serios que sirvan para tomar la decisión final, sea la que sea.

En la última semana la cara visible del proyecto "objetivo La Ricarda", el presidente de Aena Sr. Mauricio Lucena, ha seguido predicando con tópicos la necesidad de crecer. En este caso lo ha hecho en el Círculo Ecuestre, acompañado del concejal del Ayuntamiento de Barcelona Jaume Collboni, volviendo a entonar la misma cantinela: que si creara 15 veces el empleo de Nissan, que si es vital para Catalunya, que si dinamizará la economía, que si nos conectará con el mundo, que si no se hace El Prat se colapsará, que subirán los precios de los billetes, etcétera. Todo eso está muy bien, pero es una canción repetitiva sin partitura.

De hecho, yendo un poco más atrás, Aena supone que la aviación no solo recuperará a los pasajeros de la prepandemia, sino que después seguirán creciendo. En este punto vale la pena entretenerse un poco. Sobre el futuro del sector en nuestra casa se ciernen algunas sombras de incertidumbre que ya se verá cómo evolucionan, pero que afectarían de manera directa la obstinación de Aena en hacer de El Prat un hub gracias a una pista que se alarga 500 metros. Veo seis.

La primera es suponer que el número de pasajeros que vienen a Catalunya a hacer turismo, un gran segmento de los usuarios del aeropuerto en cuestión, seguirá creciendo. Aena puede creerlo así, pero no estoy seguro que el país esté preparado ni quiera recibir a más turistas. En el último año normal (2019) vinieron 19 millones de turistas extranjeros y 5 millones del resto del Estado. Todas las voces documentadas y juiciosas claman que el país no necesita más turistas, sino un mejor turismo, visitantes que gasten más por persona. De turistas de playa y borrachera y de forfaits casi regalados vamos sobrados. Por aquí dudo que los visitantes puedan crecer (en número), sino al contrario.

La segunda es suponer que gracias a ser un hub captaremos talento internacional e inversiones que se instalarán aquí por la facilidad de conexión. Hasta ahora hemos atraído todo tipo de talento sin la pista alargada. Estamos bien conectados con toda Europa y bastante bien con Norteamérica. Sudamérica, en este sentido, no es un mercado objetivo. Hay dudas de que la conexión directa con Asia dependa de la longitud de la pista, sino de aspectos relacionados con la gestión de El Prat.

La tercera es suponer que la gente seguirá viniendo para trabajar y para hacer aquello en lo que Barcelona sobresale, el mercado de convenciones. El teletrabajo y la conectividad con cualquier lugar del planeta para hacer reuniones, presentaciones de producto, etcétera, van en contra de la clásica necesidad del contacto presencial en los negocios.

La cuarta es que viajar en avión se encarecerá en el futuro, debido (entre otros factores) a la imposición de tasas al CO2, tasas que no harán otra cosa que aumentar. Por lo tanto, hay que esperar aumentos del precio para viajar y retroceso de pasajeros. Viajar a, viajar desde y viajar por encima de la UE parece destinado a encarecerse.

En quinto lugar, relacionado en parte con el anterior, los visitantes del resto del Estado y las visitas de catalanes al resto del Estado se harán progresivamente con medios menos nocivos por el cambio climático, como el tren o el coche eléctrico. El momento de fiar la aviación al hidrógeno queda todavía un poco lejos. Y suponer que las pistas tendrán que ser necesariamente más largas en el futuro, también.

En sexto lugar, el aumento de contaminación derivado del hub no es cosa menor.

En definitiva, volviendo a los orígenes de mi interés en el tema, el proyecto de hub es cosa de Aena, afectar a La Ricarda es cosa de todos. Y defenderlo por vías próximas a la propaganda, no es la manera. Lo que se necesita es análisis de rigor y transparencia. Y en particular estudios rigurosos de necesidad, de coste y beneficio y de análisis de alternativas al sacrificio de La Ricarda.