Una creciente oleada de volatilidad, y que viene para quedarse, amenaza con poner fin a costumbres arraigadas en las filas de los inversores a largo plazo, como la de “comprar y mantener”. Esto es, el de comprar en un momento en que el precio de algunas acciones parece razonable y guardarlas, en la confianza de que, con el tiempo, su valor, aunque no sea el de un pelotazo, crezca. El drama es que quizá esta historia del inversor tranquilo haya terminado.

El FMI, en su reciente  boletín del 17 de marzo, anuncia que va a abordar un estudio “sobre los grandes cambios estructurales que se están produciendo en las finanzas globales y que plantean desafíos para la economía mundial”.

Según Siddharth Tiwari, director de estrategia del FMI, “la confluencia de estos cambios tiene como resultado el elevar las tensiones y el riesgo”.  Y, en su opinión, “dado que las economías se vuelven más interconectadas, los episodios de volatilidad se están convirtiendo en una parte permanente del paisaje”.

No sólo son las instituciones las que muestran una inquietud creciente. También las empresas que cotizan en las bolsas sufren una gran incomodidad. Un acrónimo inglés resume ese sentimiento que es cada día más generalizado: el VUCA, que significa “volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad”. Muchos ejecutivos piensan que el ambiente está cargado de incertidumbres y que habrá otras crisis, aun cuando no se se sepa cuándo. En cualquier caso, hay casi unanimidad: 2016 será un año muy volátil.

Un acrónimo inglés resume ese sentimiento que es cada día más generalizado: el VUCA, que significa “volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad”

Todo ello está llevando a que el mundo empresarial se ponga a la defensiva mediante planes de reducción de costes y búsqueda de mayor eficacia. No sólo son impresiones. Las empresas del Ibex35 recortaron en 7.600 millones sus beneficios en 2015. Los grandes grupos del CAC 40 de la Bolsa de París han visto reducir sus resultados un 12,5% el año pasado. Y el mismo índice S&P 500 de la Bolsa de Nueva York vio el retroceso de los beneficios de las compañías que forman a lo largo de los tres últimos meses de 2015.

El problema adicional es que los riesgos latentes no sólo  afectan a las empresas sino igualmente los particulares. Estos últimos tienen un punto flaco: que el valor de los activos que poseen sufra un fuerte deterioro y no puedan aguantar.

Eso siempre ocurre cuando la coyuntura amenaza con empeorar, pero esta vez puede ser distinto. Cuando se desencadenó la Gran Recesión en 2008, una de las consecuencias fue que se aplicó la “represión financiera”, a saber que los particulares recibieran, por ejemplo, una remuneración más baja por sus depósitos bancarios. El objetivo era ayudar al sistema bancario a recuperarse. Pero, a su vez, y a fin de compensar ese efecto negativo, los bancos centrales aplicaron la “represión de la volatilidad” a través de aprobar políticas monetarias expansivas. De ese modo se aseguraba que el valor de las acciones y de la deuda se mantuviera en unos niveles razonables.  En eso consistía el pacto implícito entre el sistema financiero y los particulares.

El problema es que esto está dejando de funcionar porque la influencia de los bancos centrales sobre los mercados está decayendo de una manera irreparable, según se reconocen en los círculos que operan.

La influencia de los bancos centrales sobre los mercados está decayendo de una manera irreparable

Los mercados han tomado nota de que así la función estabilizadora sobre el capital a largo plazo  está dejando de ser operativa. Según el reputado analista El Erian,  asesor de Obama, “el mundo está experimentando reajustes de políticas y economías que socavan dos nociones que han ayudado a los inversores que tenían por costumbre comprar y mantener en los últimos años: que el crecimiento global, aunque sea temporalmente bajo, se mantendrá, y que los bancos centrales siguen siendo capaces de reprimir la volatilidad financiera, impulsando al alza los precios de los activos financieros. Pero este paradigma está llegando a su fin”.

Liberada, la volatilidad puede hacer que las pérdidas sufridas siguiendo una estrategia conservadora de “comprar y mantener” lleguen a ser tan grandes que el inversor se vea forzado a liquidar la posición para evitar daños mayores.

El analista Daniel Lacalle advierte en su libro “La madre de todas las batallas” que “parte del problema es que las operaciones guiadas por grandes certidumbres tienden a ser mayores en volumen que las normales y a mantenerse más tiempo del debido”. Y, por ello, recuerda que “no se gana en el momento de la compra sino en el de la venta.“

“No se gana en el momento de la compra sino en el de la venta"

“Vivimos un mundo loco, imprevisible, con movimientos rápidos”, dice Jean-Paul Agon, el primer ejecutivo de la multinacional L´Oréal. Este nuevo escenario más incontrolable quizá exija hoy una inversión más a corto plazo, o la opción en su caso de recurso a la liquidez. La lista de acontecimientos probables e improbables se ha hecho tan larga que exige prudencia.