“El fin de la guerra de Ucrania vendrá por el Inmaculado Corazón de María”
Jorge Fernández Díaz
Yendo a Barcelona la semana pasada, me compré en Atocha el magnífico análisis de la II Guerra Mundial de Liddell Hart, aclamado por muchos como un segundo Clausewitz, y, no crean, ya me estoy arrepintiendo. Todo a cuenta de una cosa que escribió el domingo el imputadísimo Jorge Fernández Díaz en la que explica con todo lujo de detalles que el fin de la guerra de Ucrania vendrá de la mano del Inmaculado Corazón de María. ICM le llama él, como si fuera un chiringuito financiero de pago. ¿Para qué me gasté 40€ en el despliegue de un gran estratega si con un misterio de Fátima y con la devoción de los cinco primeros sábados de mes me hubiera bastado?
Lo más chocante de este planteamiento de Fernández Díaz —que se debió golpear al caer del caballo, porque nunca he visto un verdadero creyente más simple— es que no se le ocurriera aplicarlo a los catalinos, como dice Villarejo. Si lo hubiera hecho, en lugar de tener la vulneración más grave de derechos llevada a cabo por Interior desde los GAL, la persecución ideológica más tétrica, nos habríamos conformado con un aletear de rosarios y de hisopos y unos ángeles benéficos intentando averiguar lo que hacía y decía Jaume Giró.
Giró, el hombre al que violentaron su intimidad por sus “actividades poco claras”. Da pavor la amplitud de una acusación que podría hacer recaer la guerra sucia del Estado sobre cualquiera. Lo cierto es que conocí a Jaume con 18 años, estudiamos juntos, y si algo he percibido siempre que me he topado con él, es que las cosas y las actividades las tenía siempre clarísimas. Grave acusación esa de que “en su entorno más reservado se muestra totalmente independentista” —como expone su abogado en la querella interpuesta en Plaza de Castilla—. Grave, porque muestra sin tapujos que el problema para la organización delictiva orquestada desde el Ministerio del Interior era lo que pensaras, tu ideología política, aunque la manejaras en la intimidad, como propugnaba el falso de Aznar.
La querella, por cierto, es un prodigio de claridad. Cabe felicitar a Jordi Pina por haber armado un documento judicial que es mucho más fácil de seguir que tantos artículos de prensa publicados en torno a la Operación Catalunya. Ni sombra de efectismo ni de política: mera mecánica jurídica de exposición de hechos y tipificación de los mismos. Con eso basta. No hace falta que un abogado escriba lo que yo sí puedo hacer: que es vomitivo que el PP esté acusando al gobierno actual de totalitario después de haber respaldado y ocultado un proceder propio de la dictadura más abyecta cuando gobernaban ellos.
Es vomitivo que el PP esté acusando al gobierno actual de totalitario después de haber respaldado y ocultado un proceder propio de la dictadura más abyecta cuando gobernaban ellos
Me voy a detener en un aspecto que la querella expone de forma meridiana y que no es otro que el extraño laberinto construido por la jurisdicción para enterrar un caso de la enorme gravedad que éste tiene. Sigamos el periplo de las fallidas denuncias y querellas que iban a morir a manos del enterrador García Castellón. La desidia buscada abarca tanto a la Fiscalía, como a la Audiencia Nacional y al Tribunal Supremo. Excusas de mal juzgador. Podría parecer que todos los abogados implicados en intentar hacer justicia en este caso se han movido como polillas enloquecidas topándose con los cristales, en este y otro tribunal, como si no terminaran de dar con la tecla de la competencia. Y no es eso, obviamente, no es eso.
Lo que ha sucedido responde más bien al poco investigado concepto del peloteo jurisdiccional, por el que los asuntos a los que no se quiere hincar el diente viajan de aquí para allá, por hacer que acaben en la papelera o que los solicitantes de justicia acaben tan exhaustos como los personajes de Casa desolada. Relata Pina a quien corresponda —que debería ser Hermenegildo Barrera, pero ya veremos— que presentaron denuncia ante la Fiscalía en Catalunya y que ésta abrió unas diligencias de investigación que acabó enviando a la Fiscalía del Tribunal Supremo al aparecer como querellada la aforada Alicia Sánchez-Camacho. En la Fiscalía del alto tribunal enterraron este primer intento afirmando que estos hechos ya estaban siendo investigados en la Audiencia Nacional por García Castellón, así que no quedaba sino remitirse a él. ¿Fácil, no? Pues de eso nada.
Más tarde, por cuenta de la familia Sumarroca —afectada por los mismos hechos delictivos— se dijo: como hay una aforada, y visto que la Fiscalía pasa, me voy directamente a querellarme a la sala II. Wrong, les dicen de nuevo. Con ponencia de Antonio del Moral les indican, argumentando en derecho, que no van a admitir a trámite porque todo esto ya lo está investigando García Castellón.
Pues ya van dos, ¿no? Allí que se fueron estos y otros letrados a pedir justicia al juez central, amo y señor de la Kitchen, la Tándem y los variados líos de Villarejo que, ¡oh, gran sorpresa!, contra el criterio de todos los fiscales y del propio Supremo, les dice que “a pesar de no poner en duda la gravedad de lo afirmado en la querella” no le ve ninguna conexidad con las causas, secretas y no secretas, que él atesora. ¡Pum! Expediente papelera. Oficio de enterrador. No olvidemos que García Castellón ha sacrificado a Fernández Díaz, pero porque no quedaba otro remedio para preservar a los de arriba: Cospedal y Rajoy, sustancialmente.
Barcelona, no. El Supremo, tampoco. La Audiencia Nacional, adiós.
Por eso ha sido tan importante la admisión a trámite —con informe favorable de la Fiscalía de Madrid, que ya no podía sugerir otra competencia— de la querella de Rosell y por eso Giró acude al mismo lugar. No es inmediato que el juez Barrera se haga cargo de la misma. Tal y como funcionan las normas de Plaza de Castilla, la querella de Giró irá a reparto, para que pueda ser turnada aleatoriamente al juzgado que corresponda del medio centenar de los que allí funcionan. Como es improbable que recaiga directamente en el instrucción 13, será cosa del juez en el que recaiga inhibirse o no a ese juzgado, porque si son o no los mismos hechos, o son ampliatorios de querella anterior, queda a criterio jurisdiccional. Lo malo de estos viajes por Plaza de Castilla es que pueden ser largos, aunque esperemos que en esta ocasión no haya demasiado ping-pong. Como dejó dicho en sus imprudentes chateos Francisco Martínez, exsecretario de Estado de Seguridad, pringado hasta el tuétano en este lodo: "En fin... Nos torean constantemente”. No sólo a él, por lo visto.
Y, por último, haciendo de la necesidad virtud tenemos al remiso PSOE empujando ahora la ralentizada comisión de investigación sobre la Operación Catalunya. No habían tenido mucha prisa y es obvio que intentan marcarse un “y tú más” de manual ahora que los del PP les cercan con sus corruptos diputados puteros. No es mentira que el uso de los mecanismos del Estado para la persecución política del independentismo es mucho más grave que unos cientos de miles pillados por cuatro corruptos de viagra y medio pelo, pero me hubiera gustado verlos venirse arriba con la guerra sucia del Estado cuando no necesitaban usarlo de escudo. Como con lo de Pegasus, de lo que no han vuelto a mover ficha.
Actividades poco claras, desde luego.