Creer que cargar el aborto de connotaciones positivas es una frivolización infantil y creer que el aborto tiene que ser accesible, limitado y seguro, no tendría que ser una contradicción. Que la interrupción voluntaria del embarazo no es ninguna fiesta es tan cierto como es cierta la incompatibilidad argumental de pensar que abortar es un procedimiento médico cualquiera y, al mismo tiempo, llenar los medios de reportajes sobre el luto perinatal. Intentando hacer pasar aquello que es oportuno socialmente por aquello que es esencialmente bueno con la intención de ser mayoritarios, los que pensamos que una regulación muy restrictiva es perjudicial hemos perdido la capacidad de admitir y aceptar que el aborto puede ser doloroso, que quien se somete puede creer que acaba con una vida, que en ningún caso es comparable a sacarse las muelas del juicio y que, aun así, hace falta que sea seguro.

Reducir la vida a la voluntad de quien la gesta es la rendija por donde se nos colan las contradicciones, la banalización y la capacidad de comprender

Con la intención de construir argumentos ideológicos sólidos para hacer una defensa coherente de aquello que, más o menos limitado en el tiempo, creemos que tiene que existir, hemos separado la defensa pública del aborto de contradicciones para hacerlo socialmente comprable. Es una trampa perezosa porque simplificando no se llega nunca a ninguna respuesta válida, y es la cortina para no dar argumentos a quien quiere prohibir el aborto. Pero eso también es deshonesto y, en cierto modo, contraproducente. Asumir que un feto de doce semanas es abortable porque no es una vida y asumir que otro feto de doce semanas, en caso de aborto espontáneo, es digno de un luto que al primero se le niega, al menos públicamente, es estímulo para los antiabortistas. Reducir la vida a la voluntad de quien la gesta es la rendija simplista por donde se nos cuelan las contradicciones, las frivolizaciones, las banalizaciones, y la capacidad de comprender a quien, sabiendo que carga una vida potencial, decide, igualmente, abortar. Es la rendija que nadie que cree que el aborto tiene que existir como mínimo un poco más allá de la restricción absoluta se atreve a explorar del todo por miedo de volver atrás y es exactamente la rendija que atacan quienes lo único que quieren es volver atrás.

En estados como Oklahoma, Alabama, Missouri o Louisiana han creído conveniente regular el aborto prohibiéndolo o limitándolo casi del todo, excepto para los casos de incesto, violación o peligro para la madre. No es provida empujar a las mujeres a abortar a escondidas igual que no es feminista desnudar la interrupción voluntaria del embarazo de todo lo que la hace un dilema moral y un viaje emocional, como mínimo, complicado. Es ingenuo, es imprudente y, sobre todo, es deshumanizador. Igual que no es feminista pensar que una regulación del aborto que lo legalice hasta las treinta o cuarenta semanas —como es el caso de los estados de Nuevo México y Colorado— es la respuesta a una educación sexual profundamente deficiente y a la inexistencia de una legislación y de unas condiciones sociales y laborales para criar a los hijos. No hay verdadera libertad en la elección si una de las opciones alternativas nace viciada de raíz, y en el centro de la polarización de este debate quedan las que, sin las convicciones de quien lo reduce todo a ideología, tienen que bregar con sus motivos personales, la mayoría de las veces atravesados por la pobreza y la falta de apoyo institucional.

Esto, que hoy es un debate importado de los Estados Unidos, no es un debate en el estado español. Simplificando las variables de la cosa para blindarla, hemos asumido que cada año en España se practiquen casi 90.000 abortos, en torno a 20.000 en Catalunya. Estos datos sólo se atreven a tocarlos los que creen que Oklahoma es el camino. Los equilibrios del poder son frágiles y las condiciones para imponer el relato cuestan de recuperar una vez las has perdido, pero hoy, aquí, las tenemos. Un marco concienzudo y sobrio sobre la interrupción voluntaria del embarazo y una respuesta a sus contradicciones serán las mejores bases para el escudo que necesitaremos cuando todo aquel que piense que empujando una mujer a la muerte hace algo por la vida, vengan a nutrirse de nuestras simplificaciones para imponer las suyas.