Después de la hecatombe de Lisboa hay un insólito consenso general en socios, aficionados, prensa y adversarios, de que el Barça ha tocado fondo. Sin embargo, como hay que ser optimistas, las cosas pueden empeorar todavía más si los cambios son cosméticos. Si no se quiere eso, hay que voltear la tortilla.

La enfermedad, también hay consenso, no es el entrenador. A pesar de no haber prestando ningún antecedente victorioso, Quique Setién resulta como mínimo responsable por aceptar una tarea que objetivamente lo superaba de todas todas. Setién es un síntoma. La enfermedad se llama planificación aventurera desde Berlín 2015, la última Champions del Barça. O si queréis, Bartomeu y su disminuida corte de directivos y técnicos.

Todo se ha fiado a Messi. Fiarlo todo a Messi ha equiparado el Barça a la selección argentina que, con Messi, no gana nada, salvo unas remotas olimpiadas (2008). El Barça entró en decadencia con la no sustitución del auténtico tridente: Xavi, Iniesta y Busquets. Los tres juntos hicieron el Barça de los sueños. Y, hubiera quien hubiera delante acompañando a Messi, la cosa funcionaba, desde Ronaldinho a Neymar pasando por Pedro, Villa o Eto'o. No ver, como los buenos futboleros señalaban, que el tridente estaba en medio y no en frente, ha sido el gran error estratégico.

Los tres mediocampistas eran únicos. Se marchó el tridente y lo que han traído después, al contrario que los equipos ganadores, se ha demostrado vacío de sentido futbolístico. Los dos últimos refuerzos, parches más bien, Arthur y De Jong, muy poco han aportado a la medular. También puede ser que hoy día, por falta de mediocampistas como los del tridente de oro, haya que jugar de otra manera. El famoso ADN Barça fue una conjunción astral; sin los astros que lo parieron, no hay nada que hacer. Parece que el fútbol de la tercera década del siglo va por otros rumbos. Sea como sea, quien lo tenía que oler y reaccionar en consecuencia, no lo vio. Incompetencia profesional, se llama de eso.

La solución, entiendo, pasa porque la directiva dimita en el primer minuto hábil, que el staff técnico, desde de Abidal a todos los ejecutivos de despachos y colaboradores externos se marchen, visto sus éxitos. También una buena parte de la plantilla tiene que salir. Así, una gestora tendría que despachar a los técnicos (¿realmente, técnicos?) y culminar los traspasos en marcha, haga nuevos o rescinda los contratos de Semedo, Umtiti, Piqué, Alba, Busquets, Rakitiċ, Suárez, Griezmann, Vidal, Junior Firpo, Braithwaite, Dembelé, Coutinho... como mínimo. Para Messi la moneda me cae de lado y dudo; pero una oferta mínimamente buena tendría que ser aceptada.

Sé que en menos de quince días eso serán los encantos, que es un todo en cien, pero un año más con este equipo todavía sería peor. Quizás algunos todavía puedan lucir un par de años más en otras escuadras. Bien por ellos, pero aquí tienen todo el pescado vendido.

Con lo que queda de plantilla y las promesas de las que todo el mundo habla maravillas del Barça B se podría pasar la maroma de un año de transición, aspirando, como en otras épocas no tan lejanas, a salvar la temporada con la Copa. Sin embargo, incluso sin ganar nada, se vería un cambio de rumbo, de estrategia, de imagen, de coraje, enfocando la próxima temporada como una pasarela adecuada para encarar la temporada 21-22 con razonables expectativas de éxito, habiendo asentado las bases de un equipo competitivo —espíritu ahora ausente— y ganador —ahora hay sólo un difuso recuerdo de eso. La autoestima propia y el respeto de terceros subiría sin duda.

A poco más se puede aspirar ahora cerrándose el mercado de fichajes el próximo 1 de septiembre. Dos condiciones para un probable éxito. Una, ya lo he mencionado: dimisión —ya tardía— en pleno de la junta actual y que una gestora se hiciera cargo del equipo con un programa de mínimos: intentar liquidar la parte de plantilla obsoleta y sobrante. No valdría que la junta actual convocara elecciones y, por lo tanto, continuara en funciones: supondría conservar las hipotecas de incompetencia ampliamente manifestadas. Hay que hacer fuego cuanto antes mejor.

La segunda sería que la gestora preparara unas cuentas que la actual junta no ha preparado. Las causas del retraso son irrelevantes; si los números cuadran, ningún problema. Y los números cuadran, si la documentación contable los soportan, si los gastos son reales y legítimos y los ingresos no son hijos de la fantasía. Una vez prestadas estas cuentas, todavía no aprobables estatutariamente, hay que convocar elecciones antes de finales de octubre.

El otro punto que tiene que terminar de inmediato la gestora es la contratación de un nuevo entrenador y un mínimo equipo técnico profesional. Hay que acabar de una vez por todas con experimentos de entrenadores sin currículum y, por lo tanto, sin autonomía hacia la empresa. Hay que contratar a un entrenador con personalidad, con criterios claros y modernos, que pase del palco y aguante a las vacas sagradas que queden. Tiene que tener las manos libres para hacer y deshacer de acuerdo con su experiencia acreditada con títulos nacionales y europeos, no con glamur o frases vacías. Ni Tatas ni Setiénes. Ni ninguno de los que suenan ahora y que no han ganado nada. Sin ligas importantes ni Champions en el zurrón no hace falta esperar el cambio imprescindible.

Soy consciente de que lo expuesto es un programa radical de máximos. Pero para ir tirando una vez más no hace falta la revolución necesaria que el Barça, los barcelonistas y el fútbol pedimos. Con un poco de maquillaje y un par de lagrimitas habría suficiente.

El lema tiene que ser revolución o mediocridad. En el Camp Nou todavía se puede soñar con dar la vuelta a la tortilla.