El Omoda 5 EV ha irrumpido en el mercado español con una oferta brillante: diseño llamativo, correcto rendimiento eléctrico y una autonomía estimada que compite frontalmente con alternativas del mismo rango de precios. Sin embargo, en un contexto cada vez más exigente, un aspecto técnico está restando fuerza a su propuesta: la velocidad de carga. Aunque no se trata de un fallo grave, sí merma el balance general del vehículo frente a rivales directos.
No es ningún secreto que en el segmento de los SUV compactos eléctricos, el tiempo de recarga se ha convertido en un factor cada vez más decisivo. El Omoda 5 EV equipa un cargador con una potencia estándar que cumple en entornos urbanos y desplazamientos moderados, pero queda algo por detrás de lo que ofrecen algunos modelos de la competencia. Hasta los más optimistas reconocen que necesitar más tiempo para recuperar autonomía resta un punto importante en su atractivo general.
El vehículo mantiene, en cambio, virtudes memorables: estética futurista, habitabilidad destacada, tecnología interior de nivel superior y una experiencia de conducción suave y ágil sobre asfalto. Sus prestaciones se sitúan en sintonía con el mercado, y la capacidad de batería resulta adecuada para el uso diario y algunos viajes largos. Llama especialmente la atención lo pulido que resulta en consumo y confort. El problema es que, cuando se trata de repostar energía en destino, aparecen ralentizaciones palpables.
La carga como variable decisiva
Lo destacable en este caso es que la lentitud de carga no proviene de una carencia fundamental del coche, sino de una elección técnica: el cargador embarcado está limitado a una potencia de entre 80 y 100 kW, dependiendo de la versión. En comparación, muchos competidores alcanzan los 150 kW o más, lo que permite recuperar el 80 % de batería en menos de 30 minutos. En el Omoda 5 EV, ese tiempo puede alargarse hasta 45 o incluso 60 minutos en condiciones reales.
Este retraso no altera la vida cotidiana en lo esencial, pero sí penaliza la percepción del vehículo en un contexto de uso prolongado. Para quienes viajan con frecuencia y dependen de estaciones de carga rápida, esos minutos adicionales pueden convertirse en un inconveniente notable. Frente a alternativas con carga más rápida, el Omoda 5 EV pierde puntos en la batalla por la relevancia a largo plazo.
Por otro lado, la infraestructura de carga en España avanza a buen ritmo, especialmente en corredores principales y destinos turísticos. Sin embargo, cuando se trata de maximizar el tiempo de recarga en viajes extensos, la diferencia de potencia del cargador embarcado se vuelve determinante. El usuario medio puede tolerar una pausa más larga; el viajero frecuente, probablemente no.
En definitiva, el Omoda 5 EV cuenta con una hoja de ruta sólida y una propuesta general muy competitiva. Su estética, tecnología interior, dinámica y autonomía son más que solventes. Sin embargo, su gran hándicap —la velocidad de carga algo lenta— coloca al coche en un escalón inferior forzando a la marca a ofrecer una versión mejorada o confiar en que ese punto débil no supere la balanza de quienes valoren especialmente precio, diseño o habitabilidad.
La decisión está cerca: si Omoda corrige o mitiga esta limitación, el 5 EV puede consolidarse como una referencia contundente en el segmento. De lo contrario, quedará relegado a un segundo plano frente a alternativas que, sin ofrecer nada novedoso en diseño o equipamiento, marcan la diferencia con una recarga más eficiente.