Como contaba el jueves, la memoria del miedo es la estrella principal de los discursos mediáticos del momento. El imaginario de la España de las autonomías necesita crear constantemente una falsa víctima que mantenga despierta la memoria de la antigua represión.

Las declaraciones de Inés Arrimadas sugiriendo que tiene que llevar escolta en Catalunya porque corre el peligro de ser agredida, es una expresión clásica de este mecanismo. Lo mismo sucede con la airada reacción del PSOE ante la intervención de Gabriel Rufián en el Congreso.

Es curioso que a medida que la memoria del miedo se va diluyendo, los discursos victimistas cada vez quedan más en manos de los españoles. A medida que Catalunya recupera la libertad interior, el conflicto nacional se va extendiendo a todo el Estado y cada nación lo expresa a su manera.

Las bofetadas que hubo a las puertas del Congreso de los diputados después de la investidura de Rajoy, ponen de manifiesto que el problema de Arrimadas es que piensa como una española y que, por lo tanto, en su subconsciente, le parece extraño que los catalanes no sean violentos.

Ver como mi querido Nacho de Sanahuja aprovechaba la impericia de Arrimadas para permitirse un momento de catalanor, o cómo Jordi Basté insistía en decirle que si alguna vez la agredían estaríamos todos con ella, hacía sonreír. Arrimadas dijo que lleva escolta para tratar de hacerse la importante ante los españoles, y este servilismo la debe incomodar, aunque políticamente la beneficia y justifica.

Desde las consultas de 2009, el Estado no ha parado de intentar encajar a los catalanes en los marcos mentales del autonomismo, que son los que suponen que la independencia se tiene que hacer de forma revolucionaria, dolorosa y vengativa. Es el discurso que me soltó la mujer de la limpieza en 2012: "En mí barrio se decía que nos queríais echar de Catalunya". O es este humor sórdido de cacique provincial que gasta el Julio Iglesias de la radio de Godó, que cada día intenta parecerse más a la TV3 de los 80.

Es divertido ver cómo el PP ya no acusa sólo a los partidos del independentismo de hacer "política del odio". Ahora son todos partidos que hacen oposición, que Rajoy trata de embadurnar con el lenguaje del miedo. Los intentos de volver a utilizar a las víctimas de ETA por parte de Ciudadanos, PSOE y PP, son otro síntoma de la necesidad que el Estado tiene de responder al independentismo con la idea de que la democracia está en peligro.

Si el pensamiento catalán ha vivido intoxicado por el falso recuerdo de las derrotas, el pensamiento español todavía vive intoxicado por el recuerdo del fascismo y de la inquisición. Cuando Arcadi Espada dice que gracias al PP no hay extrema derecha en España, se equivoca: es gracias a Catalunya, porque con una extrema derecha la nación catalana ni tan solo necesitaría un referéndum para alcanzar la independencia.

Según cómo vaya el Gobierno de Rajoy, nos podemos encontrar con una paradoja que ya se dio hace 90 años. Durante la dictadura del general Berenguer, que fue el canto del cisne de la Restauración, la política se desligó tanto de la sociedad que los partidos del régimen no fueron capaces de prever el advenimiento de la República.

La República, que fue el último intento de revertir el resultado de 1714, es hoy el ejercicio del derecho a la autodeterminación. Sin el protagonismo del referéndum y la firmeza con que lo han defendido los 17 diputados independentistas de Madrid, no se explica la crisis del PSOE, que es el partido que legitimaba a los vencedores de la guerra civil, ni tampoco se entiende la defenestración de Pedro Sánchez.

No es casualidad que el exlíder del PSOE haya reconocido que Catalunya es una nación, a la hora que explicaba las presiones que sufrió para que aceptara pactar con el PP. Cada vez que el búnker intenta utilizar a los fantasmas del pasado para conservar el poder, la realidad lo desmiente y su capacidad de maniobra se va reduciendo.

Si las cosas siguen por este camino, y Puigdemont organiza el referéndum que ha prometido, los españoles pronto se verán forzados a escoger entre convertir España en una especie de Turquía o aceptar el derecho a la autodeterminación. Con la crisis del PSOE, en Barcelona cada día se va a ver más claro que jugar a asegurar la gobernabilidad de España sólo llevaba a la lenta autodestrucción de Catalunya.