El escritor George Orwell incluyó en su obra Mil novecientos ochenta y cuatro una técnica de adiestramiento colectivo llamada "dos minutos de odio", que se basaba en la proyección de películas dedicadas a generar repulsión y ánimo de venganza contra el supuesto enemigo como garantía para cohesionar la propia sociedad y al mismo tiempo enajenarla de la dictadura que sufría. No hay que decir que el visionado de estas cintas era obligatorio para todos los miembros del partido, se hacía a diario y se concluía con encendidas escenas de patriotismo y llamamientos a la guerra.

Más o menos, eso es lo que se ha podido ver estos días en Corea del Norte con ocasión de la celebración del 105 aniversario del nacimiento del gran padre de la patria y fundador del régimen, Kim Il-Sung. A medio camino entre el delirio y el esperpento, una orquesta sinfónica militar -con una ejecución totalmente precisa, eso sí- interpreta una pieza grandilocuente mientras una gran pantalla muestra unas imágenes que tendrían que poner los pelos de punta a más de uno.

Misiles termonucleares

Atentos a la proyección en cuestión, porque esta vez no se trata de las idílicas imágenes de campesinos cultivando campos de trigo u obreros trabajando en maquinaria pesada, tan habituales de la iconografía estalinista del régimen norcoreano. Al contrario, esta vez, la película lo que hace es simular un ataque con misiles termonucleares contra una ciudad de los Estados Unidos.

 

Entre las fanfarrias musicales, con una sincronización entre el sonido y la imagen muy bien conseguida para buscar la excitación del público, se ve cómo se elevan los cohetes, atraviesan el espacio y caen sobre una gran ciudad donde se produce una gran explosión, para dar paso inmediatamente a una bandera de los Estados Unidos sobre un campo de cruces y seguidamente, una bandera norcoreana entre armas -un kalashnikov con bayoneta- y palomas blancas -el símbolo universal de la paz-.

El mensaje es lo bastante evidente y pensado para insuflar el espíritu de revancha del público, todos militares, que aplauden de forma marcial, acompasada y adocenada esta fulgurante exhibición de fuerza. La enajenación de masas, llevada a su extremo más peligroso. Bastante cercano a lo que Orwell imaginó.