Las palabras no son banales. Vivir de rodillas es una esclavitud, pero ponerse de rodillas es signo de devoción, de sumisión. También de admiración. Estados Unidos vive una auténtica revolución de las genuflexiones. Puede parecer una peregrinación. En realidad se trata de una revolución.

El quarterback de los San Francisco 49ers, Colin Kaepernick decidió arrodillarse mientras sonaba Star Spangled Banner, el himno oficioso de los EE.UU., para mostrar su rechazo al racismo que se manifiesta día sí día también en las muertes de ciudadanos negros (sin eufemismos, por favor) en manos de la policía. Ponerse de rodillas en los EE.UU. es ya un acto de vindicación colectiva. Un acto de devoción, de sumisión y de admiración. Devoción a unos ideales, al sueño de un país donde todo el mundo es libre, donde cada uno tiene derecho a vivir y realizarse. Admiración por el coraje de quienes con un pequeño gesto cambian la historia, las Rosa Parks que dicen no, basta, nunca más, hasta aquí hemos llegado… y transforman para siempre la vida de millones de personas. Sumisión al himno como representante de las esencias del pueblo americano. No le dan la espalda, ni levantan el puño al estilo de los Black Panthers, como en los Juegos Olímpicos de México'68. Sencillamente se arrodillan.

Las redes sociales y los medios de comunicación de todo el mundo lo han contado: una banda de música en Oklahoma, una escuela en Detroit, un equipo de béisbol en Boston, otro de baloncesto en Indiana... blancos y negros, asiáticos o latinos, todos arrodillados, mientras suena el himno, la música que han aprendido en la escuela, la letra que han intentado comprender de noche, escondidos en cualquier agujero, mientras eran ilegales y soñaban con cantarla mano en el pecho. The land of the free, la tierra de los libres; the home of the brave... la tierra de los valientes. El gesto es ya global. Imparable. No es un menosprecio al himno ni una falta de respeto a la historia común de millones de personas, al orgullo de decenas de generaciones... En realidad, arrodillarse es la forma de recuperar los valores de quienes forjaron el himno y el respeto por la historia compartida, la manera de recordar a quienes se dejaron la vida para hacer un país como aquella letra.

El mismo Barack Obama lo dejó claro en la cumbre del G20, a principios de este septiembre: Colin Kaepernick tiene el derecho a ponerse de rodillas mientras suena el himno. En nuestra casa sería motivo de sentencia del Tribunal Constitucional pero allí... La NFL, la LFP del fútbol americano, ha recordado que el himno celebra justamente las libertades del país, entre otras la de expresión, que permite a cada uno hacer lo que le parezca mientras suena el himno. Aquello es América, señoras y señores.

Los disturbios que levanta la muerte de cada ciudadano negro a manos de la policía producen una enorme perplejidad. Cada muerte es fotografiada, filmada por cámaras de seguridad, cada gesto de aquel hecho puede analizarse segundo a segundo y, sin embargo, no queda claro qué está pasando. Son los mismos Estados Unidos que han hecho presidente por dos veces al hijo de un keniano. Es verdad, era alumno de Harvard. Pero también era hijo de un keniano. ¿Qué está pasando? ¿Qué significa que en Chicago haya más muertes violentas que la suma de las bajas americanas en las guerras de Irak y de Afganistán? ¿Cuál es la raíz de esta violencia? ¿Es verdad que la policía es racista?

Decía Martin Luther King que "los disturbios son el lenguaje de aquellos a quienes nadie escucha". Los que no eran escuchados mientras se pronunciaban discursos pro derechos en los años 60 aún no tienen a nadie que los escuche. Las promesas de libertad y justicia no se han cumplido –y parece que la crisis y la globalización no son el mejor escenario para luchar contra las desigualdades–. Es cierto que la llegada de Obama fue un momento mágico. Recordamos sus discursos en Chicago la noche antes de jurar como presidente por primera vez: "que nadie diga que las palabras no importan. ¡Claro está que importan! Este es un país que cree en las palabras. En la palabra libertad, en la palabra justicia, en la palabra oportunidad". La magia se esfumó en poco tiempo. El mismo Obama lo reconoce ahora, en el momento de dejar la Casa Blanca. El sueño americano es a veces una pesadilla.

Las muertes de ciudadanos negros a manos de la policía producen enorme perplejidad. Cada una puede analizarse segundo a segundo en vídeo y, sin embargo, no queda claro qué pasa.

Hay fotografías que tienen un valor inmenso. Este 21 de septiembre, en Charlotte, Carolina del Norte, una línea de policías antidisturbios, armados hasta los dientes, con aspecto de astronauta, avanzaba hacia los manifestantes que protestaban por la muerte de Keith Scott a manos de la policía. Tras la línea de policías, un autobús público llevaba su letrero iluminado: "Not in service". Exactamente. Parece que la policía no está al servicio de todos. Quizá es demasiado fácil de decir. Pero es difícil no tener la sensación de dos américas dentro de los EE.UU. Una blanca, latina o asiática que triunfa; la otra negra, triunfadora o no, pero negra, siempre la más pobre, la que menos oportunidades tiene para salir del agujero de la historia. Por eso Colin Kaepernick y muchos miles más se arrodillan.

Quedan siete semanas para las elecciones. Donald Trump domina el arte de la mentira, sabe navegar en el mar de los titulares groseros, de las hipérboles. Sólo tiene que interpretar los hechos a su curiosa manera. Quedan siete semanas. Cada uno es un peldaño que puede llevar a lo impensable: que un día nos levantemos y sea realidad la pesadilla de que un hombre de tupé absurdo es el presidente de la primera potencia mundial.