Han pasado más de cinco años (exactamente 5 años, 6 meses y 3 semanas) desde que Donald Trump hizo una entrada triunfal en la Torre Trump de Nueva York, bajando las escaleras mecánicas doradas, y anunció su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos.

Pocos creyeron que sería algo más que otra estrafalaria iniciativa del multimillonario, convertido en personalidad televisiva, y que tuviera alguna posibilidad de acabar en la Casa Blanca. Pero los hechos no nos dieron la razón y lo que parecía la presentación de un payaso acabaría en la agitada presidencia de los últimos cuatro años.

Trump empezó su campaña con una serie de agresiones verbales contra sus rivales en las primarias y les fue derrocando uno a uno, gracias en parte a la ayuda de los medios informativos que no creían posible su victoria y llenaban sus imágenes o páginas con comentarios que lo ridiculizaban, pero le daban una propaganda gratis que no recibían los otros candidatos.

Durante su campaña prometió que, cuando ganara, cambiaría de estilo y se convertiría en un personaje convencional y aburrido, que respetaría las normas tradicionales porque debería cumplir con las obligaciones del cargo.

Ya sabemos todos que no cumplió esta promesa, pero también sabemos que su sorprendente conducta y vocabulario poco habitual en políticos que quieren ser o son presidentes, fueron muy popular entre sus seguidores, que hacían colas interminables para escucharlo hablar y han estado dispuestos a perdonarle todo en los últimos cuatro años.

También sabemos que hace un poco más de cuatro años venció por sorpresa a la candidata demócrata Hillary Clinton, que estaba segura de su victoria. Asimismo, en las elecciones del pasado noviembre, a pesar de quedar detrás de su rival demócrata Joe Biden, recibió 74 millones de votos, una cifra mayor que cualquiera de sus predecesores.

Estos últimos cuatro años han estado marcados por controversias políticas y luchas con legisladores demócratas y la gran mayoría de los medios informativos -que generalmente dan apoyo a los demócratas-.

Pero también han traído un desarrollo económico casi espectacular, han acabado con el paro y han mejorado los sueldos de los grupos menos favorecidos, aunque eso no lo recogen en general los medios informativos.

También han extendido el apoyo por el Partido Republicano en los parlamentos y los gobernadores de los estados norteamericanos, hasta el punto que hoy la mayoría está controlada por este partido. Esto es importante porque Estados Unidos no depende sólo del gobierno central, sino que es un país federal.

Trump podría haberse marchado con una buena hoja de servicios para los republicanos, lo que le daba la posibilidad de hacer sufrir a su sucesor, e incluso prepararse para una segunda candidatura -hecho sin precedentes en EEUU tras una derrota- para volver a la Casa Blanca, después de lo que -él esperaba- hubiese sido una mala gestión gestión de su sucesor, Biden.

Pero estos proyectos ya no tienen posibilidades y Trump se va como llegó: con escándalos y una conducta caótica sin mucho sentido, destruyendo incluso lo que había conseguido en los últimos cuatro años.

El círculo es perfecto también porque su salida es distinta a la de sus predecesores: es el primer presidente que anima al pueblo a atacar el Capitolio y no acepta que ha perdido las elecciones. Cada día hay mas legisladores republicanos que lo apoyaban que ahora lo abandonan y, dos días después de los disturbios en el Congreso, han dimitido ya dos ministras que han hecho publicas sus cartas de dimisión donde se declaran decepcionadas por su conducta.

Todo esto no quiere decir que el fenómeno Trump haya desaparecido: es posible que él, personalmente, desaparezca del escenario, pero los malcontentos que le han dado apoyo, que se consideran despreciados y explotados por las élites, los que eran el Partido del Té contra el presidente Obama, están esperando ya a otro líder. Y los que esperan son muchos: una invitación para la que los republicanos encuentren una figura capaz de atraer el centro, los independientes y los malcontentos, sin la opción populista de los últimos cuatro años.