La campaña de verdad para la segunda vuelta de las presidenciales francesas empezó tres días después de la primera vuelta. Y lo hizo con un golpe de efecto de Marine Le Pen. Los medios franceses lo calificaron, con cierta grandilocuencia, como "la batalla del Somme" (la famosa batalla de la Primera Guerra Mundial). Esta vez, el campo de batalla fue la ciudad de Amiens, unos 150 kilómetros al norte de París. Allí nació el candidato centrista Emmanuel Macron y allí está instalada la multinacional Whirlpool, que quiere trasladar su producción a Polonia.

Ese día, mientras Macron estaba reunido con los representantes sindicales de Whirlpool en la Cámara de Comercio de la ciudad, Le Pen se plantó sin avisar a nadie en la fábrica, con los trabajadores en huelga. Allí fue recibida con selfies y buenas palabras. Ella respondió prometiendo a los 500 trabajadores que "conmigo la fábrica no cerrará". Más tarde, acudió al lugar el candidato de En Marcha!, que fue recibido con tensión, silbidos y gritos de “Marine presidenta”. Le tocó el difícil papel de ser realista, admitir que la deslocalización es inevitable y que habrá que negociar para la recolocación de la fábrica o los trabajadores.

Adaptándose al nuevo mundo de Donald Trump y el Brexit, el chivo expiatorio del Frente Nacional ya no es tanto la inmigración -que también-, como la economía globalizada. La escena de Whirlpool tiene que ver exactamente con este nuevo relato: las víctimas de la globalización que esperan a un candidato que les diga que la fábrica no se irá. En la primera vuelta, Marine Le Pen fue con diferencia la más votada por los obreros, con el 41%. Obreros como los de la fábrica de Whirlpool en Amiens. A continuación, a mucha distancia, se situaba Jean-Luc Mélenchon (24%).

En este dilema entre globalización y repliegue nacional, Marine Le Pen tiene clara su apuesta: el regreso a la nación. Si bien no habla abiertamente de un referéndum para la salida de Francia de la Unión Europea, de un Frexit, sí propone un referéndum para recuperar cuatro soberanías de la UE: la territorial, la presupuestaria, la fronteriza y la monetaria. Esto dinamitaría dos de los grandes pilares de la actual Unión: el euro y Schengen. Así lo expresaba durante el debate del pasado miércoles, en una de las pocas buenas salidas que tuvo: "Pase lo que pase, Francia estará gobernada por una mujer: por mí o por la señora Merkel".

Emmanuel Macron también tiene muy claro cuál de las dos es su opción: la globalización, la Unión Europea. "Reconstruiré una alianza sólida y equilibrada con Alemania", defendía el candidato preferido por Bruselas durante un mitin de la primera vuelta. "Lo que propone la señora Le Pen es el repliegue sobre uno mismo, la miseria y la guerra, y eso no lo quiero", reivindicaba esta semana en La Villette de París, rodeado de cientos de banderas europeas. En vez de romper, decía que reformaría tanto el curso de la globalización como la Unión Europea.

El libro de referencia hoy en Francia, para entender el momento político que atraviesa el país, es La Francia periférica (2014), de Christophe Guilluy. Este geógrafo divide a Francia en dos: por un lado, las grandes ciudades, donde están los "ganadores" de la globalización, y por el otro, la periferia, donde están los "perdedores" del mundo global. En Francia, los resultados electorales muestran otra división: la del este y el oeste del país. Esta teoría es exportable a otros países, como los Estados Unidos de Donald Trump.

 

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La V República en crisis: entre la reforma y la ruptura

En el terreno estrictamente político, quizás es más preciso decir que hay al menos cuatro Francias. Las cuatro que llegaron con posibilidades al final de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que sentenció a muerte el bipartidismo que había marcado durante 60 años la política francesa. Por primera vez durante la Quinta República, ninguno de los dos grandes partidos del sistema, ni el Partido Socialista (antes SFIO) ni Los Republicanos (antes UMP y RPR), pasó a la segunda vuelta presidencial. Antes ya fue inédito que un presidente de la República, François Hollande, renunciara a presentarse a la reelección tras un primer mandato.

También es sintomática la ruptura del frente republicano contra el Frente Nacional. Este cordón sanitario contra la extrema derecha se ha roto por la izquierda, con Jean-Luc Mélenchon, que se ha negado a dar una consigna de voto por Emmanuel Macron en la segunda vuelta. En 2002, sin embargo, pedía cerrar el paso a Jean-Marie Le Pen. También se ha roto por la derecha, con Nicolas Dupont-Aignan (4,7% de los votos), hasta ahora de perfil euroescéptico pero más moderado. Será el primer ministro de Marine Le Pen si gana, a pesar de que durante la campaña negó categóricamente la posibilidad de ser... primer ministro de Marine Le Pen.

En este contexto, más de 46 millones de franceses están convocados a las urnas para elegir a su futuro presidente y, también, qué rumbo quieren que adopte su país. La elección es entre la reforma del sistema desde fuera del sistema que propone el socioliberal Emmanuel Macron, o la ruptura que defiende la ultranacionalista Marine Le Pen. Los más de 14 millones de votantes de François Fillon y Jean-Luc Mélenchon serán los que harán decantar la balanza.

La crisis de la V República también se hará evidente en las elecciones legislativas de junio: el partido del futuro presidente o presidenta probablemente no tendrá mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Antes de la primera vuelta, Gaël Brustier se preguntaba si "la crisis del régimen podía llevarse por delante la Quinta República". El politólogo escribía: "Esta campaña presidencial es reveladora de la magnitud de la crisis de la V República. Si este régimen entra en una fase terminal, condenado, no podemos subestimar la posibilidad de una crisis rampante que precipite a Francia hacia un largo caos ideológico y electoral".

Frente Nacional: cambian las formas, pero no el fondo

Para entender dónde está hoy el Frente Nacional hay que remontarse a 2011, cuando Marine Le Pen se puso al frente del partido, después de casi tres décadas de largo reinado del patriarca Jean-Marie Le Pen. Fue ella quien puso en marcha la estrategia de la "desdemonización", como han conseguido que se la llame. Es una victoria nominal porque implica que estaban "demonizados". Ideada por su mano derecha Florian Philippot (abiertamente gay), esta estrategia tenía por objetivo transformar la imagen extremista que tenía el partido en otra de aspecto más respetable. Esta estrategia incluso ha costado el divorcio entre padre e hija, pero en parte ha ayudado a situar al partido donde está hoy.

Es con esta nueva fachada que el Frente Nacional consiguió, en las elecciones europeas de mayo de 2014, ser el partido más votado de Francia, con el 24,8% de los votos. Es con este nuevo discurso que el Frente Nacional ha conseguido gobernar once ciudades en todo el país. Es con estas nuevas formas de hacer política que el Frente Nacional se ha asegurado su lugar en la segunda vuelta de las presidenciales en un contexto muy competitivo.

El Frente Nacional, sin embargo, solo ha cambiado las formas; el fondo, que son su mensaje y sus propuestas, se mantienen prácticamente intactos. Entre la "preferencia nacional" de Jean-Marie Le Pen en los años 80 y 90 y la "prioridad nacional" de Marine Le Pen en 2017, solo cambia una palabra. El concepto sigue siendo el mismo: que los "de casa" pasen por delante de los "de fuera", en ámbitos que van desde las ayudas sociales hasta la contratación laboral. Entre el padre que quiere cerrar fronteras y la hija que quiere acabar con Schengen para detener la "inmigración masiva", tampoco hay ninguna diferencia; solo que Marine no dice como Jean-Marie que "el ébola puede solucionar el problema de la inmigración".