La reacción mediática y política al atraco sufrido por Kim Kardashian hace unos días en París es una gran lección para comprender la lucha entre la vieja política y la nueva política.

Kim Kardashian no es una experta en física cuántica, ni una devota activista por los derechos humanos o de las abejas. Es producto de una nueva forma de entretenimiento que tampoco es tan nueva. En el voyeurismo radica la clave de la literatura. La curiosidad por el otro. ¿Quién es? ¿Qué come? ¿Cómo vive? Tolstoi o Proust eran voyeurs. Lo que hacían después es arte, pero sin la curiosidad obsesiva, ni Guerra y Paz ni En busca del tiempo perdido hubieran sido posibles. Quien diga lo contrario no ha cogido ninguno de sus libros.

Para hacernos una idea de la magnitud de las Kardashian en nuestro mundo: Kendall, la hermana pequeña de Kim, ocupa la portada de una revista de prestigio con el siguiente título: "65 millones de seguidores en las redes sociales". Los ingresos de Kim son superiores a los de Johnny Depp, sólo un poco inferiores a Tom Cruise y, por lo visto, duplican a los del señor Jamie Dimon, director general de JPMorgan, el banco privado más importante del mundo.

Cuando Anna Wintour, la temida directora de Vogue y una de las personas más influyentes del mundo, decidió hace un par de años que la sacrosanta portada de la edición americana de la revista sería ocupada por Kim Kardashian y su marido, el rapero Kanye West, el mundo del lujo, de la moda, los intelectuales de las tendencias, los definidores del futuro, los diseñadores de los sueños de millones de personas, levantaron la voz como una sola persona: ¡Qué barbaridad! ¡Qué horteras! ¡Vogue, la Biblia del buen gusto, ocupada por un par de recién llegados sin clase! Wintour, que por alguna razón lleva al frente de Vogue hace más de dos décadas, respondió que consideraba la decisión oportuna porque la portada era el lugar preciso donde deben aparecer aquellos que definen la cultura y el mundo con su presencia, los referentes, etcétera. Bien... Wintour tenía razón.

Las Kardashian son un referente mundial, generan cultura y definen el mundo en que vivimos. Nos guste o no.

El negocio de estas chicas es muy sencillo: venden su realidad, su día a día, las miserias y grandezas de una familia. Es más que rentable. Sólo con su colección de emoticonos, Kimojis, la Kardashian mayor ingresa millones de dólares cada mes. Hay que añadir el programa de televisión, los juegos, su línea de productos... todo el merchandising que quieras. Ellas hacen caja por todo y millones de personas de todo el mundo las admiran, las odian, las adoran, las desprecian... da igual. Las Kardashian son cada vez más y más ricas, más y más famosas. Son las caras visibles de la realidad que compartimos millones de personas de cualquier estrato social en todas partes a través de las redes sociales. El mundo real es este, en que las referencias son las mismas en Tokio que en Guadalajara.

Las Kardashian son la nueva cultura.

Respire. Cuesta aceptarlo. La perplejidad que provoca el fenómeno es muy similar a la que nos provocan los resultados de referéndums como el Brexit o el de Colombia. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser que una mujer sea la persona más relevante del mundo por el solo hecho de tener un culo que desafía el diseño de la evolución darwiniana? ¿Cómo puede ser que Donald Trump pueda ser candidato republicano a la presidencia de la primera potencia mundial? Quizás usamos palabras diferentes, pero preguntamos la misma cosa.

Donald Trump es nueva política. Kim Kardashian es la nueva cultura.

Leer bien los fenómenos puede ayudarnos mejor a comprender el mundo en que vivimos. La información es poder. Así que mejor pongámonos a trabajar. Dejémonos estar de aspavientos, de lágrimas derramadas por un mundo que ya no existe. Los mismos que devoran cualquier cosa que tiene que ver con una familia grosera, poco cultivada y de cejas inverosímiles, son los que tienen que dar el visto bueno con su voto a la salida o no de la Gran Bretaña de la Unión Europea, o si la paz con las FARC puede ser una realidad. Son los mismos que decidirán en pocos días quién és el nuevo presidente de los Estados Unidos.

La nueva política o la nueva cultura no necesitan nuestro menosprecio, sino nuestra comprensión. Mientras seguimos creyéndonos moral e intelectualmente superiores a los millones de personas que sin complejos votan por Trump, contra un proceso de paz o para desbaratar el sueño europeo, lo que hacemos es alimentar el monstruo del populismo, de la demagogia y del mal gusto.