La lluvia cae sobre Gaza con una fuerza que parece querer borrarlo todo: las ruinas, los campos improvisados, la esperanza frágil de un territorio que aún no ha empezado a reconstruirse. Las tormentas de invierno han inundado refugios, han hecho ceder estructuras debilitadas y han encendido todas las alarmas humanitarias. Según la ONU, más de 800.000 personas se encuentran en riesgo de inundaciones, atrapadas en tiendas que se llenan de agua, en calles que se embarran y en un futuro que continúa suspendido. La devastación de la guerra persiste, pero también la de la espera: dos meses después del alto el fuego impuesto por los Estados Unidos, Gaza continúa inmóvil, incapaz de avanzar.

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Niños palestinos desplazados caminan por una calle inundada en Jan Yunis, al sur de Gaza, tras fuertes lluvias el 11 de diciembre / EFE

El plan de Trump: una paz congelada en la fase inicial

El plan de Donald Trump, que sirvió de base para la tregua, establece una primera fase en la que la Franja queda dividida entre zonas controladas por Israel y Hamás. En esta etapa inicial solo se permiten movimientos mínimos, y la reconstrucción resta prácticamente paralizada. Todo el progreso depende del cumplimiento de un requisito previo: el retorno de todos los rehenes israelíes, tanto vivos como muertos. El punto que bloquea todo el avance es la desaparición del policía israelí Ran Gvili, capturado el 7 de octubre. Aunque se le dio por muerto, ninguna búsqueda entre los escombros ha aportado pruebas concluyentes. Su familia asegura que Hamás lo retiene para presionar futuras negociaciones; Hamás lo niega y acusa a Israel de desviar la atención del cumplimiento del acuerdo.

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Calles inundadas en Jan Yunis, al sur de Gaza, tras fuertes lluvias el 11 de diciembre / EFE

La presión de Washington por avanzar contrasta con los cálculos políticos de Netanyahu: muchos israelíes rechazan cualquier retirada adicional de tropas mientras haya un solo rehén sin localizar. El exgeneral Israel Ziv alerta de que esta parálisis beneficia a Hamás, que puede reorganizarse mientras la situación continúa en punto muerto.

La segunda fase del plan –que incluye el desarme gradual de Hamás y la transferencia de la seguridad a una fuerza internacional– continúa lejos. Según Netanyahu, hay “tareas que una fuerza internacional no puede hacer”, dejando claro que Israel duda en ceder un control que considera esencial.

La “línea amarilla”: la frontera provisional que parte Gaza en dos

En este contexto, Gaza ha quedado dividida físicamente por la conocida como “línea amarilla”, el límite que marca hasta dónde llegan las fuerzas israelíes bajo la fase 1 del plan. El jefe del Estado Mayor de Israel la calificó recientemente de “nueva línea fronteriza”, frase que ha provocado inquietud sobre si esta separación provisional podría consolidarse.

En este sentido, cruzar la línea implica: controles estrictos para detectar cualquier vínculo con Hamás; acceso condicionado a zonas bajo control israelí y el posible traslado a nuevas viviendas temporales que Israel estudia instalar en Rafah para decenas de miles de gazatíes.

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Niños palestinos desplazados internamente juegan fuera de sus refugios durante un día lluvioso en la ciudad de Gaza / EFE

Algunos analistas interpretan estos movimientos como un intento de atraer población hacia zonas controladas por Israel para aislar a Hamás. Sin embargo, muchos ciudadanos –incluso aquellos críticos con Hamás– rechazan vivir bajo control israelí. El temor es que esta frontera, presentada como provisional, se convierta en parte de la geografía permanente de la Franja.

Un futuro que espera

Trump, decidido a acelerar el proceso, ha anunciado una reunión con Netanyahu en Florida para abordar el desarme de Hamás y detallar su nuevo Board of Peace for Gaza, que deberá supervisar la evolución del plan. Pero, sobre el terreno, la realidad es terca: los desplazados duermen en tiendas inundadas, las ruinas continúan sin ser desbrozadas en muchas zonas y la reconstrucción no empieza. Gaza observa el cielo, el barro y la política con la misma sensación: nada se mueve. Y mientras la “línea amarilla” se endurece y el alto el fuego se cronifica, la Franja parece cada vez más atrapada entre una tormenta meteorológica y una tormenta diplomática.

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Un palestino desplazado internamente ajusta su refugio durante un día lluvioso en Ciudad de Gaza, el 11 de diciembre de 2025, en medio del alto el fuego entre Israel y Hamás. Según la ONU, unos 1,9 millones de personas –cerca del 90% de la población– han sido desplazadas desde el inicio del conflicto en 2023 / EFE