Marc Mézard, físico de renombre mundial, contempla las cigalas que coronan una soberbia paella en un restaurante junto al mar en Barcelona. No es para menos. Estas cigalas son dignas de admiración y la paella de devoción. El sol no está del todo presente en esta jornada de finales de abril, pero Mézard, director de la prestigiosa y exclusiva École Normale Supérieure de París, es un hombre casi feliz. Casi.

“Si Marine Le Pen gana las elecciones nos venimos a vivir aquí. Será imposible vivir en Francia”. Dicho lo cual, decide atacar la primera de las cigalas que el camarero ha depositado en su plato.

A su lado, Annie Cohen-Solal, escritora, profesora universitaria, agregada cultural de la embajada francesa en los EEUU y biógrafa de Jean-Paul Sartre entre otras cosas, acomete la paella con más suavidad, casi grano por grano.

“No habrá lugar para nosotros en la Francia de Le Pen”, dice. “Sólo pensar que la extrema derecha pueda gobernar Francia me produce una profunda repugnancia”.

Ahí reside una de las claves de la situación que vive Francia: la emoción gana la partida a la razón.

Compartir mesa con el director de la ENS (los parisinos, con su manía de poner diminutivos a todo, la conocen por Normale Sup) no puede dejar a nadie indiferente. La Normale Sup lleva dos siglos cultivando la excelencia. Louis Pasteur, Simone Weil, Jean Jaurés o Georges Pompidou pasaron por sus aulas. Creada durante la Revolución, es el ejemplo de lo mejor que Francia ofrece al mundo: la razón, la luz de la inteligencia, la humanidad del saber.

Cohen-Solal, nacida en Argelia, forma parte de esos intelectuales brillantes que lo francés tiene a bien compartir con el resto del planeta: saber enciclopédico, exposición pedagógica, ansia por compartir lo que se aprende.

Ambos tienen miedo. Un miedo real, físico, ante la posibilidad que el próximo 7 de mayo su pesadilla se convierta en realidad: Marine Le Pen y su partido de xenófobos, dogmáticos y populistas pueden llegar al Elíseo.

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas no será un camino de rosas para el rival de Le Pen, el liberal y pro-europeo Emmanuel Macron. La noche de celebración en el célebre restaurante La Rotonde, donde ya Sarkozy o Hollande habían festejado sus victorias, puede transformarse en su última fiesta. El último canapé para el brillante enarca Macron.

—El problema, dice Mézard, es que no hemos sabido crear un pensamiento, una ideología que sepa dar respuestas a la incertidumbre de la globalización.

—Lo que sucede en Francia, ¿es al menos en parte, responsabilidad de sus intelectuales?, pregunto.

—Es responsabilidad de muchos. También nuestra. Nos hemos encerrado en un mundo que nos era cómodo; no hemos salido a adaptar y renovar nuestras ideologías ante la realidad que se transformaba ante nuestros ojos.

—Como decía Walter Benjamin, siempre hay que plantear el discurso ideológico desde el barro, salir a la calle, empaparse de realidad…, añade Cohen-Solal.

­—Claro… desde el barro, desde lo real... El problema, replico, es que a los intelectuales franceses les dio por no ensuciarse los zapatos. Desde 1968 no pisan la calle si no es para ir a un bistró elegante del Boulevard Saint Germain.

Me responde el silencio.  

El responsable de la reunión, el catedrático de Física de la UB, Félix Ritort, relee mis notas. En ellas intento condensar los gestos de perplejidad que circulan por la mesa, las miradas teñidas de tristeza. Nuestros amigos franceses no consiguen explicar qué sucede con su país. Que dos representantes absolutos de la élite ilustrada y racional del país que inventó la ilustración e hizo de lo racional la virtud de su identidad nacional, estén paralizados ante un futuro que presienten inevitable, acongoja a cualquiera.

—Se te enfría la paella, dice Ritort. No dejes que un buen titular te estropee estas cigalas.

Hay varias batallas librándose al mismo tiempo. La Presidencia, sí, pero también la gobernabilidad del país.

La información es poder. El saber es la única arma con la que la luz se opone a las tinieblas. ¿Qué ocurre cuando el discurso racional se ve incapaz de dar respuesta a la retórica emocional? ¿Qué sucede cuando la opinión de cualquiera es tan importante como el pensamiento articulado de un sabio? ¿Cuando “porque es mi opinión” se transforma en verdad absoluta? Porque ahí reside una de las claves de la situación que vive Francia: la emoción gana la partida a la razón.

Hay varias batallas librándose al mismo tiempo. La Presidencia, sí, pero también la gobernabilidad del país. Macron no dispone de un partido que pueda asegurarle el gobierno. Esa es la otra batalla: las elecciones legislativas del próximo junio. Macron puede ganar la Presidencia en mayo, pero eso no le asegura la gobernabilidad de Francia.  

Los partidos tradicionales, expulsados de la segunda vuelta presidencial por primera vez en la historia, también se rearman para conquistar la Asamblea Nacional. Y de ahí que las tácticas electorales de gaullistas y socialistas añadan aún mayor incertidumbre al próximo 7 de mayo.

Sin ir más lejos, la cobra de Jean Luc Mélenchon, que se niega a orientar explícitamente el voto de La Francia Insumisa, su partido, hacia Macron, ha sumido a la extrema izquierda en confusión electoral —como si al actual fuego de la extrema izquierda le hiciera falta más leña— y tiene una lectura en clave legislativa: Mélenchon mira de reojo el número de escaños en la Asamblea que le proporcionará una u otra decisión.

Annie Solal-Cohen, Mac Mézard, Fèlix Ritort.

Francia es el único país del mundo donde un filósofo puede adquirir la categoría de estrella. Como un cantante de “La Voz” o una actriz de teleserie. El caso de Bernard-Henry Lévy es quizás el más conocido. Luc Ferry, filósofo y antiguo ministro de Juventud durante la Presidencia de Mitterrand, no se queda atrás. Ambos gozan de una popularidad que ya quisieran para sí algunas estrellas del rock.

“Francia es infeliz”, ha dicho Ferry en una reciente conferencia. “Francia, que inventó el estado-nación, sufre una gran depresión en el contexto de la globalización. Los franceses inventamos el estado-nación como modelo de equilibrio entre la tribu y el mundo, como el modo de gestionar la identidad y la universalidad. Y la globalización hace que todos esos valores salten por los aires”.

Para luchar contra este estado de infelicidad y depresión, Ferry propone una clara victoria de la derecha en las próximas legislativas. Según él, esta nueva cohabitación es la única manera de escapar del estancamiento y poner en marcha las reformas que Francia necesita.

Francia, que inventó el estado-nación, sufre una gran depresión en el contexto de la globalización.

Esta es la madre de todas las claves para comprender qué sucede en Francia: las reformas. Todos las proponen, pero nadie asume el coste electoral que su aplicación implica. Francia seguramente inventó el estado-nación, pero también es la campeona mundial del inmovilismo, del statu quo, y, como sus intelectuales, de esconder la cabeza bajo el ala del confort.

Entre 60.000 y 80.000 millones de euros se evaden fiscalmente en Francia cada año. La promesa de François Hollande de poner fin a la hemorragia de la deuda pública no llegó jamás a ponerse en práctica. Ni la primera letra. ¿Cuántos sacrificios están dispuestos a hacer los franceses para salvar a Francia? Ahora pueden elegir entre dos modelos, pero ninguno deja claro quién pude acometer esa gran tarea.

Votar a Marine Le Pen ofrece una respuesta tranquilizadora: los culpables de sus problemas son “los otros”, la globalización (Le Pen, sin querer, da la razón a Luc Ferry), los inmigrantes, la Unión Europea… Culpar al otro siempre da rédito electoral.

Votar a Emmanuel Macron, un liberal, defensor de la globalización como teatro de las posibilidades y del futuro, ofrece el espejismo del triunfador, joven y dinámico, con un bagaje intelectual digno del mejor sistema de educación pública posible. Su discurso genera entusiasmo, pero ¿aguantará ante el dogmatismo de la extrema derecha?

Las reformas. Todos las proponen, pero nadie asume el coste electoral que su aplicación implica.

Los votantes católicos de Fillon y los antisistema de Mélenchon ¿votarán a un liberal?

Mézard contempla el Mediterráneo. La paella ya es historia.

“No pasarán” nos decimos unos a otros sin la convicción necesaria. Lo decimos con nostalgia. La nostalgia por lo exquisito, por el saber enciclopédico de Mitterrand, el alma de poeta de Georges Pompidou o el conocimiento inagotable de De Gaulle.

Esos hombres capaces de provocar adoración también son historia.

Parece que nadie puede ocupar ese espacio en el imaginario colectivo francés. Un nuevo Rey sol, un nuevo período de gloria… Cómo echan de menos los franceses su grandeur perdida. Cómo añoran los tiempos en que ser francés otorgaba de inmediato una credencial de seguridad intelectual.  

Recuperar el respeto, la admiración a lo francés. Devolver a Francia el privilegio de ser alguien en el concierto de las naciones-estado que ellos inventaron. ¿Puede hacerlo la extrema derecha? Es impensable. ¿Puede llevarlo a cabo un joven que no ha llegado aún a los cuarenta? Es una operación arriesgada. Que lo haga un liberal, partidario de la globalización, demuestra lo improbable de la situación. Que lo haga un hombre enamorado de su maestra de secundaria, demuestra que todo es posible. En Francia, claro.