En la costa sur de Malasia hay un lugar donde los rascacielos se alzan como espejismos sobre el mar. Desde lejos, parece una urbe moderna, llena de luz y vida. Pero al acercarse, el silencio lo cubre todo: calles desiertas, escaparates vacíos y apartamentos donde nunca ha entrado nadie. Es Forest City, un proyecto que debía ser una joya de la arquitectura asiática y que hoy es un símbolo del fracaso urbanístico global.

Forest City nació en 2006 como una apuesta colosal del gigante chino Country Garden, con el apoyo del gobierno local de Johor Bahru. El objetivo era crear una ciudad de lujo para ciudadanos de la China continental que buscaran una segunda residencia cerca del mar, con precios más asequibles que los de las grandes metrópolis chinas, pero aún fuera del alcance de la mayoría de los malayos. Los apartamentos, de unos 170.000 dólares americanos, se alzarían sobre cuatro islas artificiales construidas frente a la costa de Iskandar Puteri, al norte del estrecho de Johor y a pocos kilómetros de Singapur.

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Lugares abandonados que no deberías visitar - Forest City

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Rascacielos, chalets de lujo y apartamentos a precio asequible

Las obras empezaron en 2014 con un ritmo vertiginoso. En pocos años, el proyecto ocupó una superficie de casi tres kilómetros cuadrados, con decenas de rascacielos, un área de 223 chalets de lujo y planes para acoger hasta 700.000 residentes. Forest City se presentaba como una ciudad “verde”, inteligente y autosuficiente, con sistemas de energía eficiente y una arquitectura que quería armonizar con el paisaje costero. Pero aquella visión futurista no tardó en topar con la realidad.

Las primeras críticas aparecieron por el impacto ecológico devastador del proyecto. La construcción se inició sin una evaluación ambiental previa, a pesar de ser obligatoria por ley, y afectó gravemente a los humedales que servían de hábitat a numerosas especies marinas y de aves migratorias. El escándalo sacudió la política malasia e incluso tensó las relaciones con Singapur, que no había sido informada de las obras, en una clara vulneración de un tratado bilateral sobre gestión de zonas fronterizas.

A medida que los edificios crecían, los obstáculos económicos y políticos también se acumulaban. En China, el gobierno de Pekín impuso restricciones a la inversión exterior, un golpe duro para un proyecto que dependía sobre todo de compradores chinos. Paralelamente, se detectaron grietas y desperfectos estructurales en algunos edificios, fruto de la rapidez y presión por cumplir plazos. A esto se sumaron los años de inestabilidad política en Malasia, entre 2020 y 2022, y finalmente, la pandemia de la covid-19, que interrumpió las ventas y cerró fronteras.

La ciudad fantasma más cara de la historia

El resultado es una ciudad casi vacía. De las 700.000 personas previstas, solo unas 9.000 viven actualmente, muchas de ellas solo durante las vacaciones. El resto son apartamentos sin ocupantes, comercios que nunca han abierto y hoteles con habitaciones intactas. Forest City, con un coste estimado de 100.000 millones de dólares –90.000 millones de euros–, se ha convertido en la ciudad fantasma más cara de la historia.

Pasear por allí hoy es hacerlo por un decorado monumental: aceras impolutas, sin peatones, calles sin tráfico y playas desiertas. Eso sí, se puede observar cómo la vegetación intenta engullir los edificios vacíos. Los pocos habitantes que quedan disfrutan de una calma insólita, pero también conviven con la sensación de vivir en un experimento fallido. Los intentos del gobierno malasio y de la empresa promotora por reactivar el proyecto, con rebajas de precios y campañas de promoción, no han conseguido revertir la situación.

Más allá del fracaso económico, Forest City ha dejado una huella ecológica irreparable. Los terrenos ganados al mar han alterado ecosistemas enteros y han puesto en riesgo una zona que debía ser protegida. Hoy, entre el hormigón y la vegetación tropical, Forest City es un recordatorio de los límites del sueño inmobiliario: una ciudad pensada para el futuro que, paradójicamente, nunca ha llegado a tener un presente.