Recientemente, hemos sabido que la condena para el líder opositor ruso Alexéi Navalny es de tres años y seis meses de prisión, de los cuales hay que quedar el tiempo ya cumplido bajo arresto domiciliario. La sanción por haber faltado a sus citas de libertad condicional, mientras estaba en coma por envenenamiento, ha supuesto la reimposición de una condena por malversación de fondos que había sido suspendida en el 2014.

 

Navalny empezó a liderar las protestas contra Vladímir Putin y su partido el año 2011. Tres años más tarde, sería sentenciado a 5 años de prisión por presunta malversación, la cual cosa -según Navalny- fue una forma de mantenerlo fuera del escenario político. Mientras inició el proceso de apelación, mantuvo la candidatura para la alcaldía de Moscú, que finalmente perdió, por detrás de Serguéi Sobianin, gran amigo de Putin.

Más tarde, la condena quedó en suspenso. Sin embargo, cuando el 2016 Navalny anunció su candidatura para las elecciones presidenciales del 2018, la Comisión Electoral lo declaró inelegible hasta el 2028 por la pena por malversación. Eso, durante el año 2018, llevó a Rusia a recibir una condena por parte del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, reconociendo una motivación "política" en las diversas detenciones en Navalny por la organización de varias manifestaciones contra Putin.

En agosto de 2020, Navalny fue ingresado en cuidados intensivos a causa del coma provocado por envenenamiento que pretendía acabar con él. La sospecha de que había sido a través de alguno de sus objetos personales fue confirmada cuándo la investigación ratificó que se había aplicado veneno a su ropa interior antes de su vuelo de la población rusa de Tomsk en Moscú. Fue durante el viaje que empezó a encontrarse gravemente enfermo y fue llevado a un hospital a Omsk e inducido a un coma en un aterrizaje de emergencia. La policía rusa hizo una investigación preliminar que después decidió que no sería necesario continuar de forma detallada. Posteriormente, varias agencias europeas a cargo de una investigación paralela confirmaron que el envenenamiento fue ejecutado por parte del Servicio Federal de Seguridad (FSB) ruso, que ya había utilizado al mismo químico en otras ocasiones. En diciembre, se emitió un informe por parte de Bellingcat exponiendo datos de desplazamientos y comunicaciones del envenenamiento orquestado por el FSB, acompañado más tarde de una prueba bastante definitiva. Se trata de una conversación telefónica en la cual Navalny finge ser un trabajador del FSB que pregunta a un agente del servicio explícitamente sobre los acontecimientos del día de la intoxicación. En esta llamada, el agente Kudriávtev se autodelata inculpando también a un compañero, explicando que había puesto él mismo el veneno en la ropa del político.

En Rusia, sin embargo, al momento de los hechos los médicos declararon la inexistencia de veneno a su cuerpo. Unos días más tarde, todavía en coma, fue trasladado al hospital La Charité de Berlín, con la aprobación de Angela Merkel, que ya había declarado previamente que Alemania estaba dispuesta a acogerlo. En septiembre, el portavoz del gobierno alemán declaró que Navalny había sido, efectivamente, envenenado con el químico Novitchok. En las primeras declaraciones desde el alta hospitalaria, Navalny afirmó en el diario alemán Spiegel que Putin estaba detrás de la intoxicación.

Fue el 17 de enero de este año, que Navalny volvió a Rusia, donde fue detenido -cómo preveía- en el mismo aeropuerto por las autoridades rusas bajo la acusación de haber violado las condiciones de la sentencia de malversación del 2014 que, de hecho, casi había cumplido antes de ser envenenado. Es importante tener en cuenta la importancia de cómo Navalny, al ser coherente y consecuente en todos sus movimientos, llegó al punto de volver a su país sabiendo que le esperaba prisión al aterrizar. Eso es una forma de enfrentamiento y rebeldía que reta explícitamente en Putin y en el Kremlin por primera vez en mucho tiempo, además con una gran resonancia mediática.

Al mismo tiempo, en este periodo de tiempo, Navalny destapaba una trama de corrupción que surge de la investigación de un palacio presuntamente para el uso personal de Putin. El Fondo de Lucha contra la Corrupción (FBK), creado por él mismo, publicó a mediados de enero una investigación sobre una propiedad que tiene un valor equivalente a la espectacular cantidad de 1.400 millones de dólares y que parece que Putin consiguió mediante un enorme soborno. En esta investigación, se revela a quien financió la construcción de este espectacular palacio, vinculándolo a figuras como empresarios, presidentes de petroleras o inversionistas, muy próximos al presidente ruso. No obstante, el portavoz del Kremlin, a pesar del vídeo colgado a internet que muestra imágenes con una explicación explícita de todas las características del palacio y del soborno, negó la existencia de la construcción.

Tanto el encarcelamiento de Navalny como la corrupción del gobierno provocaron, a partir del 23 de enero, protestas por todo el territorio ruso, también motivadas por el rechazo al cambio que Rusia ha hecho en los últimos 20 años, y que da a la población un sentimiento de empeoramiento, sobre todo a nivel económico, desde la mejora que había habido en los años 90. Pero en el Kremlin parecen no importarle ni las condenas internacionales ni las protestas que, por otra parte, convierten Navalny en un icono. Todo indica que el movimiento que Alexéi ha empezado lo podrá seguir liderando incluso desde la prisión, dado que ya ha tomado una importancia muy difícil de parar, y que tiene personas que trabajan a su lado por su causa.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que la ideología de Navalny puede resultar sorprendente bajo el análisis. El año 2000, era un neoliberal que defendía el poco gasto público y la privatización. Pero más adelante se dio cuenta de que eso no le funcionaría en Rusia, ya que todas estas ideas se habían desacreditado con las reformas de los años 90. Así pues, encontró una nueva identidad ideológica y se definió como ultranacionalista. Participaba en las manifestaciones de ultraderecha, apostaba por la ilegalización de la inmigración y se mostraba en contra de los subsidios a la clase baja. Pero su lucha anticorrupción camufló su trasfondo ideológico, convirtiéndolo en un héroe para la clase media. Hoy por hoy, sin embargo, la atención se ha vuelto a focalizar en el nacionalismo ruso de Navalny, que al mismo tiempo se traduce en comentarios sobre inmigración y los insultos étnicos que llevan a cuestionar la idoneidad de Navalny como futuro líder de Rusia en sustitución de Putin.

Se ejemplariza a través de su posición hacia Ucrania su papel como fenómeno. A pesar de su fondo ideológico nacionalista, muestra una posición muy poco clara respecto del futuro de Crimea y, hoy por hoy, ha hecho declaraciones poco concretas sobre como la política rusa tendría que actuar cuando se trata de este territorio. No obstante, se entrevé que podría ser una buena noticia para Ucrania la presencia creciente del opositor ruso en la política. Aunque se muestra contrario al retorno inmediato de Crimea en Ucrania -lo cual no gusta nada a los ucranianos-, sigue teniendo una postura más moderada que la del Kremlin, que conserva su intención de seguir potenciando la idea de una Rusia superpotencia, como demuestra la anexión de Crimea. Por el contrario, Navalny, después de la anexión el año 2014, declaraba al New York Times que Putin "había aumentado cínicamente el fervor nacionalista hasta el extremo"; decía que "la anexión imperialista" era "una opción estratégica para reforzar la supervivencia de su régimen".

Es clave esta diferenciación entre la visión de Navalny y la de Rusia como líder mundial que tiene Putin, y que al mismo tiempo conservan tantos ciudadanos rusos que no se atreven a cambiar de bando. Aquellos que recuerdan el país como líder y principal competidor para los Estados Unidos en el escenario mundial y así lo quieren seguir percibiendo, ven amenazados estos ideales. Navalny es un nuevo personaje político que no tienen claro que los aporte mucho más que una lucha contra un gobierno corrupto, sin restarle importancia al hecho.

Teniendo claro este punto respecto de la percepción que puede tener la ciudadanía, hay que tener en cuenta que al mismo tiempo Navalny ha tenido mucho apoyo por parte de otros ciudadanos, tal como se ha comentado anteriormente, en sus apariciones y concentraciones. Vale a destacar la importancia del fenómeno Navalny, ya que cuestiona por primera vez el sistema político que hasta ahora pertenece a Putin en exclusiva. Por primera vez en mucho tiempo, el ascenso del opositor ruso hace crecer una alternativa a un sistema ya engranado y reaviva una posibilidad de pluralismo político en Rusia. Una nueva perspectiva en este sentido, a buen seguro cambiaría la manera de ver el futuro de los rusos, tanto desde una perspectiva nacional como internacional. Hoy por hoy, es el único impulso que parece haber hacia una mejor democratización o, al menos, parece la única forma de desestabilizar el régimen vigente. Sin embargo, es al mismo tiempo fácil de cuestionar.