Donald Trump es el protagonista de las portadas de hoy y da la impresión que le dedican poca portada a la vista de la magnitud de la tragedia. Ayer puso dos o tres marchas más en su guerra comercial con China, al anunciar en su cuenta de twitter que, desde el 1 de octubre, sube los aranceles del 25% al 30% a una serie de productos chinos valorados en 250.000 millones de dólares y, desde el 1 de septiembre, del 10% al 15% a otro paquete valorado en 75.000 millones de dólares. Es la segunda vez en tres días, ahora en respuesta a un aumento de tarifas —todo el mundo lo esperaba— decretado por China este mismo viernes.

¿Qué ha significado hasta ahora la guerra comercial EE.UU.-China? Pues que cada ciudadano norteamericano ha pagado 800 dólares más el año por sus gastos ordinarios, según la Reserva Federal de Nueva York. Para hacértela corta, los aranceles se convierten en un coste para las empresas que, naturalmente, lo repasan a los ciudadanos vía precios. Trump también ha causado una buen batacazo de los índices bursátiles, además de generar un clima horrible para el comercio internacional. Encima, también hoy, se ha enfrentado el presidente de la Reserva Federal, el banco central de los EE.UU. —él mismo lo eligió—, porque no rebaja los tipos de interés. Todo en un solo día —día que se inauguraba el encuentro del G-7 y la reunión de presidentes de bancos centrales— y vía tuits. Un crack.

La Federación Nacional de Comercio de los EE.UU. —la patronal de la cosa— ha hecho un retrato muy directo de la situación: "Es imposible para cualquier negocio hacer planes en estas condiciones. La actuación del gobierno no va de ninguna manera, y la respuesta nunca debe ser subir los impuestos a los negocios y a los consumidores americanos". La patronal del sector agrícola ha reaccionado más o menos.

¿Qué quiere Trump? Ya ha pedido (de hecho lo ha "mandado", a pesar de no tener competencia para hacerlo) que las empresas norteamericanas dejen de producir en China y/o se busquen proveedores alternativos o regresen toda su producción a los Estados Unidos. Lo que quiere —parece, porque nunca se sabe— es desacoplar la primera y la segunda economías del mundo, una operación que, en fin, es casi imposible físicamente. "No necesitamos a China y, francamente, estaríamos mejor sin ellos", ha tuiteado

Este hombre ha empezado a tratar el resto del mundo y a sus conciudadanos como rehenes. Lástima que todo este enredo haya escondido los incendios en la Amazonia, la protesta en Hong Kong —China está de suerte—, el aniversario de la vía báltica... Hace falta más portada para dar cuenta de tanta confusión.

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