Se esperaba, pero igualmente ha sacudido la política estadounidense. La renuncia de Bernie Sanders a la carrera por la candidatura a la presidencia de los EE.UU. por el Partido Demócrata no ha sido ninguna sorpresa. El senador independiente por Vermont ha explicado en un directo emitido desde su web que se pone al servicio de Joe Biden, el exvicepresidente de Barack Obama, el único candidato demócrata que queda. "Biden es un hombre decente (...), y todos juntos, bien unidos, tenemos que pelear la gran contienda contra Trump".

"En conciencia, no podía sostener una campaña que no podía ganar", ha explicado Sanders, de 78 años, antes de animar a sus seguidores a seguir movilizados: "la campaña se acaba, la lucha continúa". Sanders había repetido que daría apoyo a Biden si salía candidato. Es lo que ha hecho.

Hace menos de dos meses, Sanders, el autodescrito "candidato socialdemócrata", encabezaba las preferencias de los electores demócratas en las primarias: quedó primero, empatado, en Iowa, y ganó New Hampshire y Nevada.

La victoria de Biden en Carolina del Sur, sin embargo, fue un cambio de tercio decisivo. Demostró que Sanders no tiene el apoyo de la base afroamericana —decisiva en las primarias demócratas—, que no moviliza a tantos electores jóvenes y, sobre todo, forzó la retirada de Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, candidatos moderados con opciones, en favor de Biden. Entre el Supermartes (perdió 10 de los 14 estados en juego) y otras primarias, Biden se llevó a los delegados de Massachussetts, Texas, Florida y Michigan, claves para vencer en la convención del Partido Demócrata.

El parón de la campaña a causa de la pandemia del covid-19 no ha ayudado en nada a Sanders, cada vez más presionado por el establishment del partido demócrata para que cediera toda la pista a Joe Biden, que actúa desde hace días como si la campaña hubiera termiando a su favor —por ejemplo buscando a un compañero de ticket para la vicepresidencia.

Es la segunda vez que Sanders se presenta. El 2016 estuvo a punto de tumbar a Hillary Clinton. Este añoha dejado otro tipo de huella. No ha habido candidato demócrata que no incorpore a su programa al menos un par de temas que él ha puesto sobre la mesa, asuntos que eran marginales en la política de los demócratas: la seguridad social pública al estilo europeo, la gratuidad de los estudios universitarios o el Nuevo Acuerdo Verde, entre otros.

También su estilo combativo. El New York Times se lo alaba: "él solo ha conseguido hacer girar a la izquierda al Partido Demócrata". Y lo describe como "campeón de la clase trabajadora", "renovador del progresismo norteamericano" y "líder de una auténtica revolución política". Elogios fúnebres.

Sanders nunca venció la desconfianza de los líderes, cargos y donantes demócratas. Él siempre ha preferido presentarse como un senador independiente por Vermont y un socialista democrático, antes que como líder del partido. Sanders quizás haya ganado el debate ideológico con su agenda progresista. Pero ha perdido la batalla de la eligibilidad de cara al rival republicano —Donald Trump— a manos de Biden, a quien apoya la maquinaria del partido y parece más "votable" a los electores independientes, que no acuden a las primarias pero inclinan la balanza el día de la elección.

Bernie Sanders también ha transformado la manera en que se hacen las campañas electorales en la estela de Barack Obama: una legión de voluntarios entusiastas y leales movía su campaña, financiada por un ejército de pequeños donantes. Eso le dio gran vuelo en 2016 ante Hillary Clinton, vista como un producto del establishment político demócrata y de los progres ricos de Nueva York y Los Ángeles. En 2020, sin embargo, el populista insurgente de hace cuatro años no ha podido con un demócrata clásico de toda la vida como Joe Biden, que apela a la típica audiencia del partido: trabajadores blancos, ciudadanos afroamericanos y mujeres.