Los grandes muros de Europa dejan en el limbo a miles de personas cada año. Las rutas migratorias han ido proliferando en la última década y cada vez son más los que huyen de sus lugares de origen, ya sea bien por guerras, pobreza o en busca de un futuro mejor. La crisis de Lampedusa, en Italia, es uno de los últimos ejemplos que ha desbordado a las autoridades italianas y europeas hasta el punto de que la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tuvo que personarse en la pequeña isla del centro mediterráneo junto a la premier Giorgia Meloni. Pero esa masa de inmigrantes no llega desde la costa africana únicamente, muchos andan (sí, a pie) más de 8.000 quilómetros para cruzar la frontera de la Unión Europea. Es el caso de A. R., al que llamaremos Akram, que ha aceptado contar a ElNacional.cat la desconocida y peligrosa travesía desde Cachemira, en el lado pakistaní, hasta Barcelona, donde reside en la actualidad.

Akram cruzó a pie (y unas cuantas horas dentro del remolque de un camión en Turquía) un total de doce fronteras. “Mucha gente muere, especialmente en Irán. Allí disparan a matar, pero muchos otros mueren deshidratados, sin agua, por el duro clima”, inicia el relato el expatriado pakistaní. De hecho, esa primera frontera está vallada en un 80% de su territorio, según confirmó el Ministerio del Interior de Pakistán en enero de 2022, y se espera que en el próximo año todo el muro esté completado. Aun así, Akram comenzó su camino hacia Europa en 2020, poco después de estallar la pandemia de la Covid-19, cuando la barrera entre ambos países no alcanzaba ni el 40%. Llegó a Barcelona en 2021 y lleva algo más de dos años residiendo y trabajando en la ciudad. Pero, ¿cuáles fueron los principales obstáculos que por poco le cuestan la vida? ¿Y por qué emigró de Kotli, en Cachemira, a Barcelona?

“La forma como llegué es totalmente ilegal”, asevera, pero recuerda que estuvo esperando a que se resolviera su solicitud de asilo durante más de dos años. Precisamente por la situación en la región de Cachemira, donde los incidentes y conflictos armados son constantes entre la India y Pakistán. Algo que se ha vuelto a vivir esta semana con decenas de muertos tras enfrentamientos entre grupos insurgentes y las fuerzas militares en la aldea de Gaddol, en el distrito de Anantnag. En cualquier caso, los papeles nunca llegaron y “era la única opción”, sentencia. Ni siquiera pensó en volar de Islamabad a Barcelona, que antes de la pandemia contaba con ruta directa, por el coste económico y porque “sería devuelto a Pakistán”.

Turquía: 26 horas hacinado en un camión a Estambul

Pero al cruzar a Turquía el camino se volvió más pantanoso. Para atravesar Asia Menor, las 70 personas que llegaron fueron hacinadas en el contenedor de un camión, junto con medio centenar más. “Estuvimos 26 horas cruzando el país, sin ver nada, ni un rayo de sol. No teníamos agua y el calor era peor que el de una sauna. Solo queríamos cruzar, no veíamos nada, ni sabíamos qué hora era”, recuerda, en un punto caliente, como sucede también en Libia, donde las mafias les cobran por un traslado poco seguro, con el escaso dinero con el que salen de su país de origen. “Libia es demasiado peligroso, muchos mueren en el mar y no se vuelve a saber nada de ellos”, puntualiza sobre la decisión de escoger la ruta de los Balcanes.

Migrants a la frontera entre Turquia i Grècia / DAMLA ATAK - CONTACTO - EUROPA PRESS
Migrantes en la frontera entre Turquía y Grecia / DAMLA ATAK - CONTACTO - EUROPA PRESS

“Mucha gente al llegar a Turquía o Grecia se queda allí. También muchos en Italia, pero yo seguí hasta aquí”, remarca. Él continuó porque su destino final era “España”, tenía amigos aquí “y es por eso que decidí venir hasta aquí”. Así, no se paró en Estambul e intentó pasar desapercibido por la gran ciudad del Bósforo, donde las autoridades turcas han incrementado controles los últimos años. Ya casi estaba en Europa, aunque sabía que no se quedaría en territorio griego, entre otras cosas “por las pocas facilidades” para obtener documentos esenciales como la residencia.

Grecia, aislada del espacio Schengen, y Croacia

Los problemas aumentan al llegar a Grecia. Pese a ser la primera frontera de la UE, así como el Estado Schengen más al Este del continente, se encuentra rodeado por países externos a la Unión o por Bulgaria, la cual no tiene el régimen de libre circulación de personas. Austria y Países Bajos la vetaron, junto a Rumanía por miedo a crear una nueva ruta migratoria. El primer ministro austríaco, el conservador Karl Nehammer, fue tajante a principios de año: “Necesitamos una señal clara a nivel europeo de que los países que están en primera línea frente a la presión migratoria no se quedan solos para abordar este problema, que no se les deja solos con los procedimientos de asilo y que se trata de una solución y problema jurídico pan-europeo”, insistió.

Migrants a la frontera amb Sèrbia / MICHAEL BUNEL - CONTACTO - EUROPA PRESS
Migrantes en la frontera con Serbia / MICHAEL BUNEL - CONTACTO - EUROPA PRESS

Precisamente el hecho que la actuación fronteriza se realice prácticamente en solitario, pese a existir Frontex, es uno de los grandes dilemas que divide a Bruselas. La organización Human Rights Watch alerta de las irregularidades y violencia contra los migrantes en la frontera de Croacia. Algo que Akram confirma de primera mano, tras pasar de Grecia a Bulgaria y de allí atravesar Serbia y Bosnia: “Fue la frontera más complicada, es donde más seguridad había. Te perseguían. Para cruzar de Bosnia a Italia hay que acabarlo haciendo por Eslovenia. Una persona necesita tener un gran corazón y mucha fuerza para lograr pasar”. Intentó hasta en seis ocasiones cruzar de Bosnia a Italia a través de Croacia, mientras el invierno se acercaba y todo se teñía de blanco. Fue imposible. Finalmente, optó por otra ruta, más peligrosa, pero con menos control policial: a través del río Sava hasta Eslovenia.

Huida de Croacia: siguiendo el río a contracorriente hasta Eslovenia

“El bosque es muy peligroso, pero es más complicado que te encuentre la policía. Así que fuimos por el río hasta Eslovenia, por una zona de fuertes corrientes de agua”, relata. No comían desde hacía días y vieron una casa muy cercana a la frontera, pero ya dentro de la UE: “Le preguntamos a un hombre mayor que vivía allí si nos podía dar un poco de comida y nos dijo que sí. Pensábamos que estábamos salvados, pero su mujer llamó a la policía y en cinco minutos los agentes eslovenos nos detuvieron”. Asegura que no los querían ayudar, en un área que están acostumbrados a lidiar con la problemática migratoria y por donde pasan cada año más de 100.000 personas y en 2022 fue la frontera que más entrada masiva de personas registró de la UE. Este hecho provoca tensiones, mayoritariamente aisladas, entre la población local y los de nueva llegada, como el secuestro de un anciano en 2019 por parte de cuatro inmigrantes ilegales para que condujese hasta Italia, que derivó en una manifestación antigubernamental en Eslovenia.

La inseguridad no solo viene por el miedo a ser detenidos y deportados tras miles de quilómetros caminando, sino también por los espacios por donde han de cruzar, como el caso del río Sava. Pese a que asegura que en Bosnia y Serbia fue bien acogido, para ir de un país a otro no les quedó otra que “ir por las vías del tren, que por suerte no estaban en uso”. Los bosques de los Balcanes son otra barrera natural a la que no están acostumbrados. Tras establecerse en Liublana (Eslovenia), todo fue más sencillo, dentro de una Unión Europea sin fronteras que le permitió pasar hasta Italia, luego a Francia y finalmente a España, hasta llegar a Barcelona, donde trabaja y vive con otros compañeros pakistaníes en la actualidad.

La UE, especialmente países fronterizos como España, Italia, Croacia o Grecia, padece una gran presión migratoria desde hace décadas, aunque muchos de los motivos están en origen. “En Pakistán no puedes hacer nada, el gobierno no te ayuda en nada, solo están preocupados por pelearse entre ellos para estar en el poder”, asegura Akram. A ello, se le debe sumar los problemas y conflictos armados en su región, Cachemira, y la “falta de futuro” para su vida que sentía en su país es lo que provocó que estuviera un año caminando para llegar a Europa. A diferencia de centenares de personas que quedan atrapadas en países de los Balcanes, en un limbo entre Bosnia y Grecia, él logró pasar e instalarse en Barcelona.