La política es la manifestación más descarnada de la ironía y del cinismo. Por aquellas cosas de la vida, Barcelona en Comú ha conseguido que su campaña en las municipales se fortifique mediante la viralización fotográfica del proyecto de la supermanzana de la calle Consell de Cent. Si viajáis a Twitter, comprobaréis fácilmente la mandada de ciudadanos entusiasmados que repiten frases del tipo: "votes a quien votes, esto es una maravilla". Después de haber cimentado su carrera política en una lucha encarnizada contra los valores, supuestamente, conservadores del Eixample (paraje natural del establishment barcelonés), Ada Colau ha desembarcado en mi barrio como una diosa que transforma milagrosamente los automóviles en amapolas. El ciudadano informado podrá considerar que es una tomadura de pelo y aducir que el proyecto supermanzana fue un invento socialista que Trias había prometido mantener. Pero hacer memoria y viajar a la hemeroteca da un palo tremendo y, al fin y al cabo, quien ha puesto en currar a los peones es Ada. En efecto, solo los gruñones podrán discutir que —hoy por hoy— Consell de Cent es una de las calles más camacas del mundo.

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Después de dos legislaturas en el trono, Colau ha aprendido a absorber la esencia barcelonesa del PSC de forma magistral. Fijaos en el spot de campaña de los comuns, protagonizado por un antiguo icono progre de la capital como es el actor Eduard Fernàndez; un producto visual donde el protagonista equipara el hecho de abrazar las reformas urbanísticas colaueras al hábito civilizado de dejar de fumar en los hospitales ("pasa con todo lo que es nuevo; que a menudo te das cuenta de que es bueno cuando deja de ser nuevo"). Con aquella mezcla fantástica de indiferencia y charm que nuestro señor le regaló de nacimiento, Eduard va explicando las revoluciones urbanas/sociales de la ciudad —de la huelga de La Canadiense a la utopía del Pla Cerdà, del transvestismo de Ocaña a las reformas olímpicas de Oriol Bohigas—, en una progresión inmodesta que cierra, solo faltaría, con el rostro sonriente de Ada justo en medio del Eixample. Puestos a integrarse en el sistema, los comuns han rematado el gesto de fagocitar el espacio de centro (su transformación se parece mucho más a empezar a fumar de adulto) con un lema tan de Convergència como "Barcelona abre camino".

Colau ha visto muy bien el espacio infinito que le ha ofrecido la mediocridad vergonzosa de sus rivales a la alcaldía, regalándonos un recital de vieja política con todo aquello que ha funcionado de siempre

Le da igual que este viaje a los métodos de la casta te parezca digno de una mejilla más dura que el mármol, porque en política las cosas buenas acostumbran a ser las que funcionan. Colau ha visto muy bien el espacio infinito que le ha ofrecido la mediocridad vergonzosa de sus rivales a la alcaldía, regalándonos un recital de vieja política con todo aquello que ha funcionado de siempre: destripar la ciudad a golpe de máquinas trituradoras de asfalto y gastar pasta en abundancia para guapear Barcelona justo antes de los comicios. Si pensáis que exagero, observad las riadas de vecinos de Horta y del Paral·lel que han cogido el metro para viajar hasta Consell de Cent, instagramearlo y tomarse un suizo en casa Vives. Por primera vez en lustros y a pesar de cagarse en la presencia invasiva de los guiris, los barceloneses se han desplazado a sus propias calles para hacer una cosa tan hortera como el turista. La metamorfosis estética no es solo urbana; por mucho que duela a Ada, hay que mencionar también la transformación física de la alcaldesa, que ha pasado de la imagen prototípica de una asistente social a la de una chief executive bien guapa que se impone con su hermosura ante los ciudadanos difuminados.

Poco importa, en definitiva, que las políticas de Barcelona en Comú empobrezcan sistemáticamente a su electorado más fiel o que el colauismo siga apostando por una Barcelona enfermizamente española y sometida a las dinámicas culturales de Madrit. La política mundial funciona como una autocracia donde gana quien puede ofrecer más brillantina y poder. En este aspecto, y más todavía si pensáis en la tristeza del par de senyoros prejubilados con que el procesismo intenta salvar los muebles en Barcelona, Ada nunca tendrá rival. Fijaos si Colau ha abrazado el sistema, que la victoria de Barcelona en Comú en las municipales empieza a fortificarse con aquello que los cursis denominan "voto secreto." Cuando éramos jóvenes, eso de votar al PSC en la capital o a Convergència en el campo provocaba aquella vergüenza de pertenecer al mainstream. Actualmente, los cuchicheos de la capital llevan el nombre de Ada Colau. Si gana las elecciones —sea por la incomparecencia de los rivales, por su suprema inteligencia o por una mezcla de todo—, Colau habrá mostrado una capacidad de resistencia envidiable. Y habrá que reconocérselo con un sombrerazo.