La templanza rezuma de las portadas de este día de reflexión previo a las elecciones generales 2023. Los diarios tratan de que no se les note la preferencia con títulos-cremallera PSOE-PP. El resultado son portadas insípidas y tópicas, un catálogo de repeticiones sobre la misma música monótona: llegan empatados, es el último esfuerzo, acaban tirándose barro, apelan a la esperanza, piden el voto útil, etcétera. Su intercambiables por cualquier otra portada de cualquier día de reflexión. ¿Qué quieres? Con una Junta Electoral imprevisible y huraña como un autócrata ruso, que vigila incluso las camisetas que pueden llevar los votantes... es muy difícil hacer otra cosa. La JEC ha ordenador que la indumentaria del ciudadano no pida ni induzca el voto por y de nadie, una regañina que parece hecha expresamente para amonestar a los cuperos cuquis. Si no, no se entiende. Perdona la pedantería, pero hace doce años, el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos estableció que un crucifijo colgado en un aula es un símbolo pasivo al que no puede atribuírsele una influencia sobre los alumnos comparable al discurso didáctico o a las actividades religiosas. La percepción subjetiva de molestia por el crucifijo, añade el TEDH, no basta para considerarlo un atentado a los derechos fundamentales. ¿No se puede decir lo mismo de la camiseta del votante de Majadahonda o del barrio del Carmel? Estaría bien que, este domingo, los celosos interventores de Vox presentaran dos millones de denuncias a la JEC por este motivo y así hacerles pagar el precio de sus simplezas.

Volvamos a las portadas. Incluso El Mundo hace este sábado un esfuerzo más destacable que sus compañeros del Trío de la Bencina, repartiendo el título principal entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. ABC abre con un neutro y castizo España se retrata. La Razón opta por dar el título principal a Feijóo sin hacer ninguna concesión al equilibrio de los títulos cremallera, que debe parecerles cosa de gente incoherente y poco viril. Sin embargo, el demonio está en los detalles y es en las piezas menores donde te encabronan para que votes como les gusta. ABC denuncia que el gobierno español "aprovecha el último día para nombrar altos cargos", como  queriendo decir que son malvados hasta el final. De entrada, no son "altos cargos" —eso lo dice el diario para darse importancia— y se indignan con hipocresía farisaica, porque esta es una mala costumbre de los gobiernos de todos colores en casi todos los países del mundo. La Razón, en un rinconcito, dice que "el sanchismo deja a España dopada y endeudada". Dopada. ¿Qué quieren decir? Es de mal pensar. La idea de fondo es que este gobierno español ha quemado la economía, etcétera, aunque los datos macro dicen todo lo contrario.

El mejor de todos estos juegos de manos es el de El Mundo. En una columna al lado del título principal, apunta que los "señalados por separatismo denuncian la 'paz catalana' de Sánchez". Los "señalados" son, según el tabloide ultra, "profesores, sanitarios, jueces o guardias [civiles, se entiende]" —funcionarios, vaya— que se quejan de que "aquí [en Catalunya] no vivimos como en Cuenca". Como en Cuenca, dice. Parece el gag de un monólogo del Club de la Comedia o una picardía de Leo Harlem sobre mirar a Cuenca. Pero no. Es una pieza de portada de El Mundo. ¿Si quieren vivir como en Cuenca ¿por qué no piden el traslado? Tan fácil como debe ser para un funcionario marcharse a Cuenca, un destino poco competido. Además ¿por qué Cuenca? ¿Qué les ha hecho Cuenca? ¿O quieren decir que en el Masnou, Vielha, Valls o La Bisbal deberíamos vivir como en Cuenca y no como en el Masnou, Vielha, Valls o La Bisbal? ¿Les parece eso una discriminación? ¿Se dan cuenta de que son villas diferentes, con historias diversas? En cualquier caso, es injusto que Cuenca —destacable ciudad de 55.000 almas con tranvía y todo— y no Candás, por mencionar otra localiad española random, pague los platos rotos de unos funcionarios disgustados y de la enésima fabricación catalanófoba de la delegación del diario en Barcelona que, amiga, date cuenta, debe estar agotada por el esfuerzo de cubrir la campaña electoral. En fin. No pasa nada. Todo el mundo tiene un mal día.

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