Tal día como hoy del año 1810, hace 213 años, en La Habana (entonces capital de la colonia española de Cuba), se intensificaba un fenómeno tempestuoso iniciado dos días antes (24 de octubre), que sería llamado Tormenta de la Escarcha Salitrosa, y que provocaría la inundación de las calles y el derrumbe de muchas construcciones de la zona portuaria de la ciudad: barrios del Astillero y del Manglar. Según una investigación moderna promovida por la Universidad de La Habana, durante la noche del 25 al 26 de octubre, entre las ocho y media de la noche y las dos y media de la madrugada, se produjo un episodio de vientos estacionarios de fuerza tres, acompañados de una lluvia torrencial. Según la misma investigación, durante aquellas horas, la presión atmosférica sobre La Habana registraría una mínima de 993 hPa.

En aquel momento, la colonia catalana de La Habana era muy numerosa. Los cálculos de la investigación historiográfica estiman una colonia de 5.000 personas sobre un censo total de 100.000 habitantes (la misma población que tenía Barcelona en aquel momento). Y estaba concentrada, básicamente, en el barrio del Astillero. Este barrio estaba formado por obradores y tiendas, en buena parte, regentadas por catalanes que habían emigrado a Cuba en el proceso de colonización comercial catalana del continente americano (1750-1850). Según la investigación historiográfica, el nivel del agua llegó hasta el segundo piso de las construcciones situadas entre el puerto y la calle Obispo (en la parte histórica) e inundó las plantas bajas y las primeras plantas.

La zona de las calles Sol, Muralla, Oficios y Lamparilla, y la plaza Vieja quedó devastada, y los comerciantes, en buena parte catalanes, establecidos en aquel barrio perdieron casi todo lo que tenían acumulado en sus tiendas y obradores. No obstante, la misma investigación revela que tan solo un año y medio más tarde (25 de abril de 1812) se produjo un colosal incendio en la misma zona que perjudicó notablemente las tiendas y obradores del barrio —que son, básicamente, los damnificados por las inundaciones anteriores—, por lo cual se interpreta que los comerciantes que habían sufrido el aguacero de 1810 se habían recuperado relativamente rápido y bien de aquel brutal siniestro.