Tal día como hoy, hace 668 años, tuvo lugar la batalla de Mislata (País Valencià), que enfrentó a las tropas del rey Pedro III (el de la plenitud catalanoaragonesa) contra los ejércitos privados de la aristocracia valenciana (la Unió de València). La derrota de los sublevados significó la liquidación definitiva del movimiento. Esta revuelta, sin embargo, no tuvo nunca carácter ni social ni nacional. A diferencia de la revolución de las Germanías, que estalló un siglo y medio más tarde, fue un conflicto que enfrentó –exclusivamente– a los dos estamentos más poderosos del régimen feudal en el País Valencià: la aristocracia local contra la autoridad real.

El año 1348 la corona catalanoaragonesa había alcanzado –prácticamente– el punto culminante de su expansión territorial. Nápoles se incorporaría unas décadas más tarde, pero al mismo tiempo se perderían Atenas y Neopatria. La expansión peninsular y mediterránea era el resultado de un gran pacto entre los principales actores del régimen feudal. Las tres patas del sistema. Monarquía, aristocracia e Iglesia –pactos aparte– rivalizaban por el poder político y económico. Algunas casas nobiliarias y algunas órdenes monásticas acumulaban más patrimonio y más recursos que la misma monarquía, que, en muchas ocasiones, veía limitadas sus funciones a la simple coordinación de las grandes empresas militares.

En los cien años que separaron la conquista del país (1245) de la revuelta de la Unió (1348), la aristocracia valenciana había adquirido una gran fuerza económica, que residía en las particularidades del territorio. Unos 100.000 moriscos (que habían quedado atrapados en la zona después de la conquista, casi la mitad del censo del país) se habían convertido en una gigantesca masa de población semiesclava –situada en los latifundios aristocráticos–, y en un importante contingente militar –los ejércitos particulares de la nobleza–. Con estos elementos resulta fácil entender que la aristocracia valenciana planteara –por la vía del conflictoredibujar el equilibrio de pactos. Una revuelta que pretendía absorber y concentrar todo el poder político del conjunto de estamentos de la corona.