Tal día como hoy del año 1875, hace 142 años, Francesc Savalls i Massot y Arsenio Martínez Campos, comandantes en jefe de los ejércitos carlista y liberal, respectivamente, en Catalunya, se reunían en el Hostal de la Corda -en las afueras de Olot (Garrotxa)- para pactar el fin de las hostilidades en el Principado en el contexto de la Tercera -y última- Guerra Carlista. Después de la entrevista en el Hostal de la Corda, el ejército carlista catalán quedaría prácticamente desactivado y daría sus últimos coletazos en movimientos tácticos que, más que perseguir objetivos militares, se justificaban por su retirada y desmantelamiento. Poco después libraba pequeños combates en Puigcerdà (Cerdanya) y en la Seu d'Urgell (Alt Urgell) con la vista puesta en la frontera hispanofrancesa.

La tercera guerra carlista era la reacción desesperada del mundo rural catalán a la definitiva postración del sector agrario ante los intereses de la industria. En Catalunya, las guerras carlistas habían tenido un componente sociológico que iba mucho más allá de la estricta motivación ideológica que impulsó el movimiento en otros lugares del Estado español. Más allá de la defensa de un sistema y de unas instituciones tradicionales, eran la revuelta del mundo agrario -que reunía tanto a propietarios como a jornaleros- contra el poder de la clase burguesa que, a través de la industria, de la banca y de la política, ejercía un dominio implacable sobre la producción y los precios del campo y provocaba crisis cíclicas que comportaban la ruina de las sociedades rurales.

Savalls era un ejemplo paradigmático de aquel mundo rural inflamado. Nacido en la Pera (Baix Empordà) el año 1817 en una familia de propietarios rurales, era un veterano de guerra, excombatiente en las dos anteriores guerras carlistas, con un reconocido prestigio en el universo sociológico del carlismo catalán. Pero su figura contenía luces y sombras. Su carrera militar estaba salpicada de hechos truculentos que le costaron la pérdida de confianza del pretendiente. En Berga (Berguedà) ordenó fusilar a 60 voluntarios liberales que se habían rendido a cambio de garantizarles la vida. Y en Alpens (Osona) saqueó el pueblo y se apropió del botín. Hechos que desacreditarían, todavía más, el movimiento carlista catalán y que precipitarían el fin anticipado de su carrera: el Hostal de la Corda.