Tal día como hoy del año 1656, hace 361 años, moría en Lisboa el rey Juan IV de Braganza, que dieciséis años antes (1640) había liderado la revolución que restauraría la independencia de Portugal. El año 1580, a la muerte sin descendencia de Enrique el Cardenal, penúltimo rey de la dinastía Avís, se abrió un periodo de conflictos entre los cuatro candidatos a ocupar el trono de Lisboa. El rey hispánico Felipe II hizo valer por la fuerza sus derechos dinásticos. Con la complicidad de la aristocracia portuguesa, invadió el reino y depuso a Antonio I, hijo natural del Cardenal y candidato de las clases populares lusitanas. Durante 60 años Portugal permanecería integrado en el edificio político hispánico.

En 1640, año de la independencia de Portugal, el conflicto que enfrentaba a las instituciones catalanas con la cancillería hispánica había estallado definitivamente. La Revolución de los Segadores (1640-1652) y la proclamación de la Primera República Catalana (1641) allanaría el camino de la independencia portuguesa. Olivares, el ministro plenipotenciario del rey hispánico Felipe IV, había decidido tiempo atrás que priorizaría la intervención militar en Catalunya. Olivares lo justificó con el pretexto de que los Habsburgo de Madrid no tolerarían la creación de un estado-amenaza en el cuadrante nordoriental peninsular, que podría convertirse en la plataforma de una hipotética invasión francesa.

En aquella revolución independentista portuguesa tuvo un papel destacado la esposa de Juan de Braganza, la castellana Luisa Francisca de Guzmán, que era, curiosamente, pariente del ministro hispánico Olivares. La historiografía portuguesa ha apuntado con acierto que en la decisión del ambicioso Olivares pesó mucho la posibilidad real de situar a un miembro de su clan familiar en el trono de Lisboa. Y la historiografía catalana ha probado que Olivares ordenó pagar a los soldados hispánicos del frente de Portugal con una moneda de valor muy inferior a la que cobraron los del frente de Catalunya. Un detalle importantísimo que explicaría la evolución de aquellos conflictos.

 

Imagen principal: Mapa de Europa, de Jan Blaeu. Amsterdam, 1650 / Archivo de El Nacional