Tal día como hoy del año 1640, hace 382 años, y en el contexto de la crisis política que conduciría a la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59), las tropas hispánicas de Felipe IV acuarteladas en el Empordà se entregaron al saqueo, incendio y destrucción de los pueblos de Montiró, Sant Feliu de la Garriga, Pelacalç, Sant Martí d'Empúries i Cinclaus, situados en el valle bajo del río Fluvià. El comandante hispánico Juan de Garay lo justificó como una operación de castigo contra los Margarit (fustigando a las familias campesinas arrendatarias), en represalia por el posicionamiento público de Josep de Margarit como partidario de la separación de Catalunya.

Acciones como las del Baix Fluvià o como las que habían sucedido poco antes en Santa Coloma de Farners y en Riudarenes (30 de abril) encendieron, definitivamente, la mecha de la revolución, llamada de los Segadores por su extracción básicamente popular. En un contexto de crisis política que arrancaba en 1627 (el choque entre la cancillería hispánica y las instituciones catalanas por el intento de imponer una fiscalidad abusiva a Catalunya), las tropas hispánicas (acuarteladas en Catalunya desde 1635 sin autorización de las Cortes catalanas) habían creado un escenario de terror (robos, incendios, violaciones, amputaciones, asesinatos) como lo habrían hecho en cualquier país ocupado.

La devastación causada por la soldadesca hispánica en el Baix Fluvià precipitó los acontecimientos: una semana más tarde (el 7 de junio), miles de jornaleros de la siega acampados en el llano de Barcelona a la espera de ser contratados expulsaron la guarnición hispánica de Sant Andreu y la persiguieron hasta el interior de Barcelona. Durante aquella jornada, que se considera el inicio de la revolución catalana de 1640, los segadores rurales y el pueblo de Barcelona incendiaron las casas de los jueces de la Real Audiencia y persiguieron y asesinaron a algunos altos funcionarios hispánicos directamente relacionados con la política represiva hispánica.