Tal día como hoy del año 1324, hace 695 años, las tropas catalanas comandadas por el infante Alfons de Aragón, hijo y heredero del conde-rey Jaume II, entraban a la ciudad de Cagliari, capital política y económica de Cerdeña. Acto seguido, las autoridades de la República de Pisa, que habían sido los dominadores de buena parte de la isla durante las cuatro décadas inmediatamente anteriores, firmaban la capitulación que, cedía todos los derechos sobre Cerdeña a la corona catalano-aragonesa. Poco después (1326) se iniciaría la conquista militar de la isla que, después de varias revueltas locales promovidas por la República de Génova, se completaría con la conquista y repoblación del Alguer (1354).

Durante el siglo anterior (centuria de 1200) el dominio de la isla de Cerdeña había sido objeto de disputas entre catalanes, genoveses y pisanos. La situación geográfica de la isla, situada en el centro del Mediterráneo occidental le confería una gran importancia estratégica, y sus puertos habían sido visitados aproximadamente desde la centuria del año 1000 por comerciantes navieros de Barcelona, de Marsella, de Génova y de Pisa. Finalmente el año 1295, el pontífice Bonifacio VIII había arbitrado una solución que buscaba recuperar el equilibrio de poderes en el Mediterráneo occidental. En el Tratado de Agnani, la isla de Cerdeña fue asignada a los dominios de la corona catalano-aragonesa.

La conquista catalana de Cerdeña (1324-1354) tuvo el apoyo de un importante grupo de las oligarquías locales. Desde el inicio de la conquista, la cancillería de Barcelona promovió un desembarque colosal de funcionarios catalanes que, en el transcurso del tiempo, acabarían mezclándose con aquellas oligarquías. El catalán se convirtió en la lengua del poder, de la administración y de la cultura; y en la lengua habitual en las calles y plazas de las ciudades de la isla, especialmente en Cagliari, la capital; y en Alguero, repoblado íntegramente con catalanes, valencianos y mallorquines. En cambio las lenguas autóctonas (el sardo, en el sur y en el centro) y el corso (en el norte) resistieron en los entornos rurales.

La isla de Cerdeña formó parte del edificio político catalano-aragonés hasta que, en 1713, Felipe V, al primer Borbón hispánico, la entregó a su rival Carlos de Habsburgo (entonces ya archiduque independiente de Austria) a cambio que las potencias del eje austriacista abandonaran el conflicto sucesorio hispánico. Aquella cesión sería documentada en los Tratados de Utrecht y de Rastatt, como lo habían sido las de Gibraltar y de Menorca en Inglaterra. No obstante, la lengua catalana —todo y que sus os social retrocedería hasta desaparecer— seguiría siendo la lengua de la cultura. Las escrituras notariales, por ejemplo, va ser redactadas en catalán hasta 1820, un siglo más tarde de Utrecht y Rastatt.