Tal día como hoy del año 1812, hace 206 años, las armas francesas comandadas por Louis Gabriel Suchet, mariscal de campo del Primer Imperio, entraban en València cap-i-casal después de vencer la resistencia del ejército español a las órdenes del general Joaquín Blake Joyes. Con la conquista de València el emperador francés Napoleón conseguía el dominio territorial sobre la práctica totalidad de lo que habían sido, hasta 1808, los dominios borbónicos peninsulares; y conseguía, también, reforzar el poder de su hermano José I como rey de España desde que Carlos IV y Fernando VII habían vendido la corona española a los Bonaparte.

Las armas de Suchet procedían de Tarragona. En aquella operación militar, cuatro meses antes de la conquista de València, los generales españoles Castaños y Contreras, a pesar de la evidente inferioridad de recursos y la imposibilidad de recibir refuerzos, se habían negado a rendir la plaza. Y habían abandonado Tarragona a su suerte horas antes del asalto y saqueo que acabaría costando la vida a más de cinco mil personas, más de las tres cuartas partes de la población de la ciudad. Blake, que había conseguido parar a Suchet en Sagunt, parecía que podía repetir la historia de Tarragona. Pero antes de que se consumara la carnicería, las élites ciudadanas de Valencia lo convencieron para rendir la plaza.

Napoleó Bonaparte conquista Valčncia. Grabado de principios del siglo XIX. Fuente Wikimedia Commons

Grabado de principios del siglo XIX / Fuente: Wikimedia Commons

El año 1812 València cap-i-casal, con 120.000 habitantes, compartía con Barcelona y con Madrid el liderazgo demográfico y económico del reino español. Catalunya había sido incorporada a Francia, como una región más. Pero en París no tenían los mismos planes para el País Valencià. Blake, aislado y sin posibilidad de recibir refuerzos, rindió la plaza y una guarnición de 16.000 soldados a la autoridad del rey José I. Y salvó València de una más que probable carnicería monstruosa que, como en Tarragona, habría costado miles de vidas humanas entre la población civil, el desguace de su aparato económico y la irreparable destrucción de su patrimonio histórico y monumental.