Tal día como hoy del año 1713, hace 308 años, en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), los representantes diplomáticos de Felipe V —el primer Borbón hispánico— firmaban la entrega a Inglaterra del monopolio del comercio de esclavos con las colonias hispánicas de América. Aquel monopolio, llamado Asiento de Negros, era propiedad de la corona hispánica desde que había sido creado por Carlos de Gante (1518) y, desde el agotamiento de las minas de oro y plata americanas (a partir de 1600), era la principal fuente de ingresos de la monarquía. Desde el inicio de su existencia, la corona hispánica arrendaba esta concesión a mercaderes, generalmente, neerlandeses o portugueses.

Aquella cesión se articuló como una cláusula más del Tratado de Utrecht (marzo-abril de 1713), que quería poner fin al conflicto sucesorio hispánico con la retirada de las potencias de la alianza internacional austriacista. Sin embargo, sorprendentemente, los representantes de Felipe V no entregaron el Asiento de Negros a la corona británica, sino a una compañía mercantil privada llamada South Sea Company, fundada y presidida por el primer ministro inglés Harley. Aquella entrega, inicialmente pactada por el plazo de 30 años, formaba parte del paquete de cesiones españolas (como Gibraltar o Menorca), a cambio de la retirada de los británicos del conflicto sucesorio hispánico.

Aquella cesión abría, definitivamente, el comercio de las colonias hispánicas de América con las potencias marítimas europeas; sin la obligación de pasar por la Casa de Contratación. No obstante, hasta pasado medio siglo, se daría la paradoja de que los comerciantes ingleses, escoceses, neerlandeses, franceses, portugueses o genoveses podían comerciar, prácticamente con total libertad, con las colonias hispánicas de América y, en cambio, las flotas mercantes catalanas, vascas o gallegas —por poner tres ejemplos— se tenían que someter a la Casa de Contratación (entonces desplazada a Cádiz) o bien se tenían que dedicar al contrabando.