Tal día como hoy del año 1258, hace 762 años, en Corbeil (reino de Francia), los representantes del rey Luis IX de Francia y del conde independiente Jaime I (también rey de Aragón y de Valencia) firmaban un tratado internacional que se traducía en el reconocimiento de iure de la independencia de facto de los condados catalanes de origen carolingio: Barcelona, Girona, Urgell, Besalú, Roselló, Empúries, Cerdanya, Conflent y Osona.

La independencia de facto fechaba del 985 (cuando el conde de Borrell II no había renovado el juramento de vasallaje al rey Hugo de Francia, el primer Capeto de la monarquía francesa), y que había quedado sobradamente patente -por ejemplo- en 1150, cuando el conde Ramon Berenguer IV de Barcelona había firmado la unión dinástica con el reino de Aragón sin, ni siquiera, haberlo consultado con nadie, más allá de los estamentos de poder catalanes.

El Tratado de Corbeil era la última consecuencia del resultado de la Batalla de Murete (1213), que había enfrentado los casales de Barcelona y de París por el control político de Occitania. La clamorosa derrota de Pedro el Católico -que según algunas fuentes acudió a la decisiva batalla después de una noche de sexo y de alcohol-, había comportado el fin de la proyección política catalana en Occitania e, incluso, había puesto en riesgo la independencia de la corona catalano-aragonesa.

Con la firma del Tratado de Corbeil, Jaime I (hijo y heredero de Pedro el Católico) renunciaba formalmente a lo que era una realidad desde Murete (1213). Y Luis IX aceptaba formalmente lo que era una realidad desde Borrell II (985). El Tratado de Corbeil es uno de los testimonios más evidentes de una realidad obsesivamente negada por la historiografía nacionalista española: Catalunya era un dominio independiente desde finales del siglo X.