Tal día como hoy del año 1896, hace 125 años, en Barcelona —en la intersección de las calles de Canvis Nous y de les Arenes (en el barrio del Born)—, un desconocido lanzaba una bomba de metralla Orsini de fabricación casera contra la procesión del Corpus. Según la prensa de la época (La Vanguardia, edición del 08/06/1896) aquella bomba se lanzó desde un terrado e iba dirigida contra las autoridades que encabezaban la procesión. También según la misma prensa, los hilos de un tendedero desviaron la trayectoria, y la bomba acabaría impactando sobre el público que contemplaba la procesión. Aquel brutal atentado se saldó con 12 muertos y 70 heridos de diversa consideración.

Desde el primer momento las autoridades gubernativas españolas señalaron al movimiento anarquista, y en las horas inmediatamente posteriores la policía practicó ochenta y siete detenciones. Fueron encarcelados en el castillo de Montjuic y brutalmente torturados por miembros de la Guardia Civil y del ejército español. Once meses después (04/05/1897) un consejo de guerra ordenaba fusilar a Tomàs Ascheri, Antoni Nogués, Josep Molas, Jaume Vilella, Lluís Mas, Sebastià Sunyer y Joan Alsina; líderes de los sindicatos obreros libertarios. Los otros ochenta detenidos fueron condenados a penas de prisión entre ocho y veinte años.

También, desde un primer momento, se especuló que la masacre de la calle de Canvis Nous fue un atentado de falsa bandera. Algunos medios de prensa desenmascararon la verdadera identidad de uno de los detenidos que, sorprendentemente, acabaría fusilado. El italiano Ascheri era un personaje del hampa infiltrado en los movimientos anarquistas y, siempre según esta prensa, su relación con el aparato gubernativo y policial español en Barcelona estaba fuera de cualquier duda. Después del atentado se convirtió en un "quemado" y esta sería la causa que explicaría su detención y posterior ejecución.

La investigación historiográfica señala como autor material de la masacre al francés François Girault, que frecuentaba los círculos anarquistas de Barcelona. Sorprende el hecho de que un extranjero —que debía ser muy visible y que según la ideología policial debía jugar un papel de enlace con los movimientos libertarios exteriores— no sería ni siquiera interrogado. Según esta investigación, después de la comisión del atentado, huyó a París. Allí, se reunió con dos dirigentes anarquistas de Barcelona que le pidieron que se entregara. Pero Girault no tan solo no se entregó, sino que viajó a Buenos Aires, sospechosamente sin ninguna dificultad, y allí se le pierde la pista para siempre.