Tal día como hoy, hace 316 años en Versalles (Francia), Felipe de Borbón era proclamado rey de las Españas. Hacía quince días que había muerto su antecesor -Carlos II, el último Habsburgo- y que se había hecho pública la lectura del polémico testamento que lo nombraba heredero en el trono hispánico. El futuro Felipe V, sin embargo, estaba en Versalles; en la corte de su abuelo el rey Luis XIV de Francia. Allí había nacido y se había criado. Siempre al margen de las maniobras para situarlo en el trono de Madrid. Cuando fue proclamado (tenía algo más de dieciséis años) no había puesto nunca los pies en las Españas.
La proclamación de Versalles -previamente a la coronación de Madrid- contenía un doble mensaje. Se proclamaba a los cuatro vientos -especialmente a los que soplaban en dirección a Londres y a Viena- que Francia veía enormemente reforzado su liderazgo en Europa, que equivalía a decir en el mundo. Y a los que soplaban en dirección a Barcelona, advertían que se había acabado imponiendo la razón de Estado. El modelo político que consagraba la monarquía como la máxima representación del Estado, y la figura del Rey como el punto de concentración de todos los poderes. El absolutismo y el centralismo, divisa de los Borbones franceses.
Esta proclama -de Rey y de intenciones- en Catalunya creó una fuerte inquietud. Las élites dirigentes del país -la burguesía mercantil de Barcelona- lo interpretaron como una seria amenaza al status semi-independiente de Catalunya. Pero lo que más preocupaba era el escenario comercial que se avistaba. Los Borbones franceses eran enemigos declarados de Inglaterra y de Holanda -principales mercados catalanes. Por cuestiones de rivalidad militar y de modelo político contrapuesto. Versalles también puso de relieve el tutelaje que el abuelo había previsto ejercer sobre el nieto. Francia sobre las Españas. La amenaza más temible a la industria y el comercio catalanes.