Tal día como hoy del año 1461, hace 564 años, en Vilafranca del Penedès, se firmaba la capitulación de Vilafranca, un acuerdo entre el rey Juan II y la Generalitat de Catalunya, en aquel momento gobernada por las oligarquías feudales del país. Entre otras cosas, se acordó que Carlos de Viana, hijo primogénito del rey Juan II y de su primera —y entonces difunta— esposa, Blanca de Navarra, sería confirmado como heredero al trono de la Corona catalanoaragonesa. Durante la crisis que había precedido a aquel acuerdo, Carlos —llamado el Príncipe de Viana— se había convertido en la cara visible del partido aristocrático catalán, enfrentado a la alianza formada por la corona, las clases mercantiles de Barcelona y los payeses de remensa de la Catalunya Vella.
Aquel acuerdo se firmó para evitar lo inevitable: la Guerra Civil catalana (1462-1472) que acabaría estallando un año más tarde, con los dos bandos perfectamente definidos, y que devastaría el país. Aquel conflicto tenía su origen en la estirpe Trastámara, que había llegado al trono con el impulso de las clases mercantiles catalanas y valencianas (1412) y que gobernaba de forma autoritaria, atacando el secular sistema pactista (el nervio del régimen feudal). Desde entonces, la tensión entre el estamento nobiliario (uno de los tres estamentos del poder) y la corona había escalado hasta niveles inéditos. En aquel contexto de crisis, el estamento plebeyo (los representantes de las villas y las ciudades) se había posicionado a favor de la corona y en contra de la nobleza.
Pero tan solo tres meses más tarde (23 de septiembre de 1461), moría, muy probablemente envenenado, Carlos de Viana. Enseguida, todas las miradas se volvieron hacia Juana Enríquez, segunda esposa del rey Juan II y madre del futuro rey Fernando el Católico (por aquel entonces un niño de 9 años). Pero la realidad era que había mucha gente con motivos muy poderosos para asesinar a Carlos de Viana. El acceso al trono del primogénito se habría traducido en una refeudalización del país, en un retroceso del poder de las clases mercantiles urbanas catalanas y valencianas (que habían logrado con paciencia y estrategia durante la baja edad media) y, muy probablemente, en el abandono del proyecto de unión hispánica que codiciaban estas mismas clases mercantiles.