Tal día como hoy, hace 879 años, en Barbastro (Huesca) se firmaron las capitulaciones nupciales entre Ramón Berenguer IV -conde independiente de Barcelona- y Petronila -princesa heredera del reino de Aragón. El barcelonés tenía 23 años y la aragonesa tenía 1 año, y naturalmente fue comprometida por su padre, Ramiro rey de Aragón. Se casarían 13 años más tarde en Lleida. Estos acuerdos eran el resultado de unas farragosas negociaciones que se tradujeron -entre otras cosas- en una unión dinástica que sería el embrión de la Corona de Aragón. Políticamente, la confederación catalano-aragonesa.

El condado de Barcelona ejercía la tutela política y militar sobre el resto de condados -independientes del poder franco- situados sobre el territorio que más adelante se denominaría Catalunya. Era la unidad política puntera y sus condes -Ramón Berenguer IV y sus antepasados- ostentaban el título de "Príncipes", que en este caso no se refería al hijo del Rey -o al yerno- sino a la condición política de "Hombre Principal" entre los otros condes, que utilizaban esta fórmula como un reconocimiento. Por decirlo de una manera sencilla, la figura del hermano mayor en ausencia de los padres.

Los acuerdos contemplaban que Aragón y Barcelona (y la futura Catalunya) compartirían la figura de un Rey. Y nada más. Leyes, instituciones y lengua diferenciadas. Entidades independientes que se relacionarían a través de la figura del monarca. La confederación. La transversalidad catalana. El soberano utilizaría el título de rey de Aragón, pero la capital política estaría en Barcelona, y la lengua de la Corte sería la catalana. Una fórmula que fue vigente durante 580 años. Hasta que en 1717, el primer Borbón liquidó a sangre y fuego la Corona de Aragón y redujo sus Estados a la categoría de simples provincias de Castilla.