Tal día como hoy del año 1517, hace 508 años, en Toledo (Corona castellanoleonesa), moría el arzobispo-cardenal Cisneros, que había sido también el regente en los territorios castellanoleoneses desde la muerte de Fernando el Católico, abuelo y predecesor del nuevo rey. De hecho, la Corona castellanoleonesa había sido gobernada por regentes prácticamente desde la muerte de Isabel la Católica (1504). Entre 1504 y 1506, la heredera de la difunta reina castellana, Juana —mal apodada “la Loca”— y su marido, Felipe de Habsburgo —apodado “el Hermoso”— habían gobernado la Corona castellanoleonesa, siempre en disputa con el viudo Fernando el Católico —que pretendía el trono de Toledo—, hasta la salida forzada del catalán (Concordia de Villafáfila, 1506).

Tras la muerte de Felipe de Habsburgo y la reclusión de Juana (1506), la regencia había recaído en Fernando el Católico (1506-1516) —viudo de Isabel I de Castilla y León—, que había regresado a Castilla a pesar de que, en vida de su yerno, los estamentos del poder castellanoleoneses lo habían forzado a marcharse con la frase que haría historia “viejo catalanote, vuélvete a tu nación”. Fernando, poco antes de morir, nombraría regentes —hasta la mayoría de edad de su nieto Carlos de Gante— a su hijo ilegítimo Alfonsoarzobispo de Zaragoza y de València de la Corona catalanoaragonesa, y al cardenal Cisnerosarzobispo de Toledo— de la Corona castellanoleonesa. El 23 de enero de 1516 moría Fernando y se ejecutaba el testamento.

El 19 de septiembre de 1517, Carlos llegaba a la Península para relevar a su difunto abuelo. Y Cisneros moriría poco después. La figura de regente ya no se renovaría, pero los estamentos castellanos esperaban que el nuevo rey influyera para que un prelado hispánico relevara a Cisneros en la archidiócesis de Toledo, la más rica y extensa de la Corona castellanoleonesa. El mejor situado era Alfonso de Aragón (Cervera, 1470), hijo ilegítimo de Fernando el Católico y arzobispo de Zaragoza y de València. Pero Carlos, que aún no había sido coronado en ningún dominio hispánico, dio un golpe de autoridad y, desafiando a todos los estamentos, presionó para que el Pontificado nombrara a su amigo Guillermo de Croÿ, natural de los Países Bajos y que no sabía hablar castellano.