Tal día como hoy del año 1308, hace 717 años, en Alcalá de Henares (Corona castellano-leonesa), los representantes diplomáticos de los reyes Fernando IV de Castilla y León y Jaime II de Catalunya y Aragón firmaban un tratado de alianza con el objetivo puesto en la conquista del reino nazarí de Granada —en ese momento, el último dominio andalusí en la península ibérica—. En tratados anteriores (Cazorla, 1179, y Almizra, 1244), se había acordado que el límite sur de la expansión catalanoaragonesa se situaría en el puerto de Biar (actualmente, en el centro de las comarcas de Alacant), coincidiendo con el límite histórico entre las antiguas naciones noribéricas (del Ródano al Júcar) y suribéricas (del cabo de la Nao al de Sao Vicente) y, también, durante buena parte de la etapa de dominación romana, entre las provincias Tarraconense y Cartaginense.
Por tanto, la conquista del reino de Granada correspondía a los castellano-leoneses. Pero la falta de recursos militares para hacer frente a una empresa de semejante magnitud les obligó a buscar la alianza con los catalanes. En la negociación, el representante de Jaime II, el militar y diplomático catalán Bernat de Sarrià, arrancó a los castellanos el compromiso de que la Corona catalanoaragonesa recibiría Murcia y una 1/6 parte del reino de Granada, y más concretamente la kora de Almería (más o menos, los límites administrativos de la actual provincia). A cambio, los catalanes debían aportar la marina de guerra (marineros, arqueros, almogávares) necesaria para ganar los principales puertos nazaríes. En aquel tratado acordaron también que, una vez iniciada la empresa militar, ni catalanes ni castellanos podrían pactar unilateralmente con el poder nazarí
La cancillería catalana tenía mucho interés en esa operación. Desde los tiempos del conde independiente Ramón Berenguer III (inicios del siglo XII), los catalanes habían intentado la conquista de Almería para ganar el dominio de la fachada litoral mediterránea del este peninsular. Y aunque, firmado el tratado, los catalanes solicitaron y obtuvieron del Pontificado la categoría de cruzada para aquella campaña, la nobleza militar castellano-leonesa, inmersa en un clima de guerra civil entre partidarios del rey y los del pretendiente Alfonso de la Cerda, no hicieron posible la reunión de un ejército. Si esa operación se hubiera llevado a cabo, el reino de València habría duplicado su superficie territorial y habría abarcado desde el río Sénia (al norte) hasta el río Adra (al sur).