Tal día como hoy del año 1994, hace 30 años, a las diez y media de la mañana, se declaraba un incendio que calcinaría el Gran Teatre del Liceu, en Barcelona. Según las investigaciones oficiales, ese incendio fue causado por una chispa generada por un soplete que utilizaban dos operarios que realizaban tareas de mantenimiento. Las grandes llamas y la columna de humo, que alcanzaría una altura de 70 metros (el equivalente a un edificio de veinte plantas de altura), serían visibles desde cualquier punto de la ciudad, provocarían el derrumbe del techo y reducirían a cenizas el patio de butacas, el escenario y la Sala del Teatro.

La rápida intervención de los bomberos impidió que desaparecieran algunos espacios emblemáticos. Se salvaron el Saló dels Miralls, el vestíbulo, el Conservatori y el Cercle del Liceu. No obstante, durante las primeras horas del incendio, la principal preocupación de los bomberos, además de impedir la propagación del fuego por todo el edificio, sería evitar que el fuego se propagara hacia los edificios residenciales situados a ambos lados y detrás del Liceu. La escasa anchura de la calle de Sant Pau, que separa el Liceu de la manzana situada al norte, no podía actuar como cortafuegos, y el trabajo de los bomberos se centró en impedir que el incendio se propagara por los edificios de viviendas del Pla de la Boqueria.

Algunos trabajadores y trabajadoras del Liceu que en el momento en el que se declaró el incendio estaban en el interior del edificio, subieron hasta el segundo piso con los bomberos y la policía para rescatar contratos de actuaciones y obras de arte de gran valor, que fueron inicialmente depositados en el Palau de la Virreina. Dichos trabajadores y trabajadoras cuentan que, mientras evacuaban esos bienes, el techo situado encima de la platea ya se había hundido, y destacan la insólita imagen que vieron a través de las ventanas de los pasillos de la luz del sol que se proyectaban sobre los restos del patio de butacas.

Algunos trabajadores de establecimientos próximos, testigos de ese incendio, también relatan que —a pesar de estar en pleno invierno— la ola de calor que desprendía el fuego era insoportable y alcanzaba las casas situadas al otro lado de la Rambla. A pesar de la magnitud de ese incendio (la antigüedad del teatro, construido con materiales desfasados y muy inflamables y con salidas de emergencia del siglo XIX), no hubo que lamentar víctimas personales, pero causó un gran impacto anímico entre los gobernantes y la ciudadanía, y pocas horas más tarde, se decidía que el Liceu se reconstruiría cuanto antes y en el mismo sitio.