Trescientos catorce días después de las elecciones del 20 de diciembre del 2015, España tiene presidente del Gobierno. Mariano Rajoy, el presidente en funciones, previsible pero inmutable, ha acabado con todos los pronósticos de la pasada Navidad y aunque le ha costado lo indecible ha sacado adelante su objetivo. En el tiempo transcurrido han sucedido tantas cosas que haría falta un libro para explicarlas, incluida la defenestración del secretario general del partido rival, Pedro Sánchez, atropellado por la élite territorial del PSOE en aquel comité federal de infausto recuerdo para los socialistas.

Rajoy ya tiene la confianza del Congreso para iniciar la legislatura. Pero la sesión fue tan extraña como extrañas han sido estas últimas semanas. Todos los actores –menos Antonio Hernando, el portavoz socialista, que ha abandonado a Sánchez y recordará toda su vida el trago que pasó en el Congreso– tuvieron más palabras para el cambio de voto del PSOE que para el PP. Incluso Rajoy estuvo inmisericorde con los socialistas, a los que lejos de agradecerles el voto les fue clavando y clavando dolorosas estocadas. Como cuando dijo que "no retirará las reformas", "no cambiaré nada, ni en nada", o bien cuando les pidió "madurez" y les recordó "las consecuencias de este paso [la abstención]".

La cara de Hernando era todo un poema. Como lo fue durante la intervención de Pablo Iglesias, muy dura con los socialistas. La parte más agria de la jornada la viviría con la durísima intervención del portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, que dio lectura desde la tribuna a varios tuits de votantes socialistas y lanzó a sus dirigentes graves acusaciones por su apoyo al PP y lo consideró "traición" a los valores socialistas, lo que provocó una breve y encendida réplica de Hernando recordando la historia del partido, que tuvo el aplauso de PP y Ciudadanos.

Lo más paradójico de la legislatura que formalmente comienza es que nunca un presidente del Gobierno había tenido tan pocos votos a favor... ni tan pocos en contra. Solo Podemos, sus confluencias y los partidos independentistas están en contra. No cabe contar, exactamente en este bloque, a la quincena de parlamentarios socialistas que votaron no a Rajoy, incluidos los siete del PSC. Lo cierto es que no deja de ser curioso, por novedoso, que la investidura de Rajoy quede eclipsada por la mañana por la renuncia de Pedro Sánchez a su acta de diputado y por la tarde sea este nuevo PSOE sumiso y andaluz el que reciba todas las bofetadas. Veremos. La legislatura promete.