El cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo celebrado este martes en el Senado deja como resumen la incapacidad de la derecha española para introducir en la agenda política nuevos argumentos que no tengan que ver con la patraña de que los niños catalanes no pueden aprender castellano en la escuela, o sobre qué hicieron uno y otro cuando se suspendió la autonomía catalana y se aplicó el 155, pese a que lo único cierto es que ambos estuvieron en el mismo bando. Ni el hecho de que Ciudadanos, el partido que puso encima de la mesa la falsa represión del castellano en Catalunya, desaparezca del escenario político, según vaticinaba una encuesta sobre elecciones en Catalunya, conseguirá que se vuelva a una mínima normalidad y que no se haga bandera de fake news, aprovechando un tema en el que muy pocas familias han querido elevar a la categoría de problema general su situación particular.

Cuando en 2006 se creó Ciudadanos en Barcelona, con la falsa bandera de que era una formación liberal, el tema de la lengua era el único aglutinador de sus promotores. Un tema que en Madrid siempre ha tenido un recorrido informativo, ya que afecta a sectores funcionariales importantes como el ejército, los jueces, los abogados del Estado, los inspectores fiscales o los funcionarios de mayor nivel administrativo. Todo ello unido a una derecha intransigente que también existe en Catalunya y que en 1977 se acomodó, en parte por miedo, a que existiera un bilingüismo, pero que a medida que vieron que la reforma política les permitía seguir teniendo una posición relevante se animaron a salir discretamente del armario en este y otros temas. El grupo Planeta fue su principal palanca a través de Antena 3 y rápidamente Telecinco, El Mundo, ABC, La Razón situaron a Albert Rivera como estandarte de buen español en Catalunya, llevándose por delante una política de cierta contención que había hecho el PP hasta que nació Ciudadanos. Esta unidad contra la escuela catalana desarboló enseguida al PP y poco tiempo después al PSOE, que tampoco pudo aguantar sus posiciones históricas.

Que Feijóo enarbole el bulo de que los escolares catalanes no aprenden castellano en el colegio no hace sino seguir a José María Aznar y Mariano Rajoy o ministros emblemáticos como José Ignacio Wert, autor de aquella frase de que había que españolizar a los niños catalanes. Esa es la mentalidad de la derecha española y también de una cierta izquierda que hoy calla por la complicada aritmética parlamentaria en el Congreso de los Diputados donde los votos de PSOE y Unidas Podemos son insuficientes para garantizar la aprobación de leyes en las Cortes y la estabilidad del ejecutivo. Pero ahí siguen estando barones como el aragonés Javier Lambán o el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, siempre a punto. Esa defensa férrea del castellano como única lengua acaba siendo determinante en la política española.

Así, se impide que el Senado y el Congreso sean cámaras parlamentarias en las que se puede hablar una lengua que no sea el castellano, haciendo mofa sobre qué utilidad tiene utilizar el catalán si se puede emplear una lengua "con la que nos entendemos todos", y se pide al Parlamento Europeo con la boca pequeña que estudie la utilización del catalán. Y así sigue la rueda, sacando temas del armario que ya han sido debatidos cientos de veces sin que se haya producido ningún avance para el catalán y que siempre dan pie a un discurso lleno de demagogia y lo más alejado de un país donde se hablan varias lenguas y todas tienen carácter oficial. Mientras todo eso sucede, Catalunya no gana nada, es simplemente utilizada en sus batallas. Tanto es así, que lo que hoy puede parecer una victoria, siempre ha sido antes una derrota y como mucho se llega después de un enorme desgaste a la posición de partida.