A Pedro Sánchez se le reconoció una capacidad de riesgo casi al límite de la imprudencia cuando, después de perder las elecciones municipales el pasado mes de mayo, removió el tablero electoral y precipitó las elecciones españolas para dos meses después, el 23 de julio, y —aunque fuera a trompicones— arrebató a Alberto Núñez Feijóo la presidencia del gobierno en un amplio pacto político de 'todos contra PP y Vox'. Le salió bien la jugada o, al menos, eso parecía hasta hace 24 horas, en que la aprobación de la ley de amnistía por el Congreso de los Diputados ha sido más un funeral para los socialistas que una palanca para asegurarse la legislatura. Tanto desgaste político para contentar al independentismo —en mayor medida a Puigdemont que a Esquerra, ya que el primero llevó al límite de la mortificación a Sánchez— para ahora encontrarse que cuando podía empezar a respirar no puede ni presentar los presupuestos generales del Estado.

En Catalunya, el president Aragonès, subido a lomos de la no aprobación de los presupuestos catalanes, ha convocado elecciones para el 12 de mayo, rompiendo con esta jugada muchos de los apriorismos de ser un político conservador en sus movimientos y previsible en sus oscilaciones. Vamos, la antítesis de Sánchez. Quizás por eso, allí donde al inquilino de la Moncloa se le considera intrépido y valiente con Aragonès se emplean otros calificativos. Lo cierto es que los avances electorales los carga el diablo, como se ha visto en más de una ocasión, y que conozco pocos casos en que uno haya hecho un órdago yendo por detrás en las encuestas. A José Montilla, en 2010, el PSC le pidió que avanzara las elecciones para evitar el deterioro de las encuestas, no lo hizo esperando un salvavidas y el resultado solo empeoró. Muy probablemente, Aragonès ha llegado a la conclusión que Montilla rechazó: sin presupuestos, con la sequía sin dar tregua, con colectivos como los payeses o el sector sanitario protestando en la calle y sin ninguna buena noticia en el horizonte, resistir no era una buena decisión. Y, además, todo ello con solo 33 diputados dándole apoyo de los 135 parlamentarios que tiene la cámara catalana.

Aragonès ha llegado a la conclusión de que, sin ninguna buena noticia en el horizonte, resistir no era una buena decisión

Los primeros movimientos de todos los partidos, al menos los declarativos, tienen, aparentemente, un punto de improvisación. Como si no hubieran digerido bien la convocatoria electoral y se dedicaran mucho más a llenar horas de programación que a encarar la campaña que hay por delante. Así, todos dicen que harán lo que no han hecho, pactarán con quien no lo han hecho y reñirán con quien sí han pactado. Mucho guirigay en estas primeras horas. En Moncloa señalan que el PSC aspira a gobernar en solitario, algo que es imposible ni que consiguiera los votos del PP. Esquerra, que prefiere pactar con Junts que con el PSC, cuando les expulsó del Govern echando al vicepresident del Govern y desde entonces los socialistas le han aguantado la legislatura. Hay también muchos interrogantes sobre como serán capaces los partidos de sintonizar con un electorado catalán aparentemente poco movilizado y que tendrá las terceras elecciones en un año y aún le faltarán las europeas de junio.

Dicho todo eso, es evidente que el elefante en medio de la habitación es Carles Puigdemont. Elefante para Esquerra Republicana, elefante para el PSC, elefante para el PP y, también, elefante para Junts. Que Junts no retrasó la ley de amnistía dos meses por un cálculo electoral es evidente. Si hubiera dado el 'sí' en enero, cuando votó que no en el Congreso, la ley estaría, seguramente, aprobada y publicada en las elecciones de mayo. Ahora no lo estará antes de la segunda quincena de junio y, por eso, el president Puigdemont ha señalado que le haría ilusión estar, sin anunciar aún su candidatura, algo de lo que nadie duda en Junts. En el aire solo está, en estos momentos, el calendario del retorno. Con la posibilidad de una vuelta antes de las elecciones, en plena campaña, y con las consecuencias que tendría. Electorales, políticas y judiciales. Un escenario, si acaba sucediendo, curiosamente, también bueno para el Partido Popular, capaz de rascar en medio de una tormenta perfecta.