Aunque el presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy, no será el primer dirigente de un partido español -fue Pedro Sánchez-, ni el segundo -fue Pablo Iglesias-, ni el tercero -será el viernes Albert Rivera- en reunirse con el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, sí parece que será el cuarto si cristalizan las conversaciones en curso entre el palacio de la Moncloa y la plaça de Sant Jaume. Casi cien días después de su nombramiento se ha producido el primer gesto del gobierno español por medio de un mensajero haciendo saber a la Generalitat que todo estaba a punto para un encuentro al más alto nivel. No vale la pena abrir un debate público sobre quien ha dado el primer paso para la reunión pero no han de quedar dudas sobre el origen de la iniciativa, que surgió de las filas del PP.

Aunque el diálogo siempre es provechoso en si mismo, es evidente que a estas alturas parece más que razonable que el president de la Generalitat haya planteado la necesidad de hablar a fondo de las relaciones entre Catalunya y España. ¿De qué van a hablar sino? ¿De qué no han hablado, precisamente, desde hace mucho tiempo? No tendría mucho sentido que Puigdemont haya puesto encima de la mesa en sus reuniones con Sánchez e Iglesias la apuesta del soberanismo catalán por un referéndum acordado entre ambos gobiernos y en esta nueva cita, en este caso en la Moncloa, se limitarse a hablar de competencias, déficit fiscal o infraestructuras, por citar tres áreas en que los incumplimientos del gobierno español son permanentes.

La última cita entre el presidente del gobierno en funciones y un president de la Generalitat se remonta al 30 de julio de 2014, siendo el titular del ejecutivo catalán Artur Mas. Aquella reunión, gélida en el aspecto formal e inoperante en el real, marcó un punto de no retorno. Artur Mas le hizo saber su voluntad de llevar a cabo un referéndum -acabaría haciendo la consulta participativa por la que está imputado junto a otros tres miembros del govern de aquella época- y Rajoy le aseguró que no lo iba a consentir. El president de la Generalitat llevaba bajo el brazo un dossier con 23 propuestas sobre diversos asuntos, que no precisaban la reforma de la Constitución, y que quedaron sin resolver y también sin respuesta hasta hoy. Las expectativas, por tanto, están bajo mínimos.