La política catalana se juega en pequeños espacios. Es tal la atomización de sus electorados y también lo que en el mundo del deporte se considerarían pérdidas deliberadas de tiempo, que los movimientos trascendentes solo se ven con el paso de las semanas y los meses. A veces, hacen falta años, incluso. Quizás por ello muchos hayan querido ver en la votación del Parlament de las conclusiones del Procés Constituent un mero trámite administrativo o, en el mejor de los casos, la reiteración de la resolución aprobada el 9 de noviembre de 2015. También hay quienes, faltos de explicaciones ante una situación que no comprenden, van al baúl del pasado y encuentran el elixir en la CUP, y aseguran que no es otra cosa que una nueva concesión a la formación anticapitalista.

Ninguno de ellos tiene, en mi opinión, razón. El president de la Generalitat, Carles Puigdemont, seguramente de acuerdo con su vicepresident Oriol Junqueras, está llevando a cabo una detallada hoja de ruta para los próximos diez meses en que sitúa el final del proceso. De ahí la importancia de lo que ha sucedido en esta última semana del mes de julio, del choque con el Tribunal Constitucional y de la posición de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, insistiendo ante cada reclamación de la oposición que el Parlament de Catalunya era soberano. Hecho este preámbulo, no debe extrañar la contundencia de Puigdemont este sábado en la reunión anual de la JNC asegurando que la política española no dispondrá de una nueva oportunidad con el independentismo catalán y que a partir de septiembre quedará absolutamente claro con la moción de confianza. "Entonces se darán cuenta que de error en error no se va a la victoria final sino a la desconexión definitiva", enfatizó.

Es obvio que el independentismo se siente fuerte por dos motivos: la victoria del Brexit, la situación del Reino Unido y la posición de Escocia reclamando un referéndum conecta en el tiempo con los pasos que quiere dar el gobierno catalán. En segundo lugar, aunque hay una posición unánime entre los grandes partidos sobre Catalunya, la política española no deja de ser un polvorín y el horizonte de unas terceras elecciones no está del todo descartado. El Govern catalán quiere aprovechar estas dos circunstancias. Y mientras todo esto sucede, lo único que parece enojar fuera de Catalunya es que Carme Forcadell se vaya de vacaciones a Etiopía. ¿Por qué no debería hacerlo si las tenía previstas desde hace meses? ¿Acaso irse de vacaciones es también un desafío?