Nadie podrá negar que el acuerdo al que ha llegado el PSOE con Bildu para apoyar la moción de censura y facilitarle el acceso a la alcaldía de Pamplona a los abertzales esté falto de legitimidad política, sobre todo una vez se ha visto cuál es la actitud del Partido Popular en este arranque de la legislatura en el Congreso de los Diputados. El partido de Alberto Núñez Feijóo ha apostado por una política de tierra quemada contra los independentistas, manifestándose contra ellos en las calles de las principales ciudades españolas y presentando a Pedro Sánchez como un traidor y un vendido. No es de extrañar, por tanto, que los socialistas hayan devuelto a Bildu el favor de los votos de la investidura con una alcaldía fundamental para ellos como es Navarra. Otra cosa es que se hayan enterado en el último minuto y que UPN, la formación hermana del PP en Navarra, esté paseando su luto por las calles del reino navarro.

Feijóo no ha dudado en salir a la calle en Pamplona este domingo para protestar por la desocupación de los suyos, dentro de esa campaña por presentar al presidente del Gobierno como un político que pacta con los que define como enemigos de España antes de buscar acuerdos con el PP. Ha puesto en valor, para hablar de la generosidad del PP con los pactos de las pasadas elecciones municipales, el pacto de la ciudad de Barcelona, donde los populares cedieron sus tres concejales al candidato socialista y hoy alcalde, Jaume Collboni, antes de que el ganador de aquellos comicios, Xavier Trias, alcanzara la alcaldía. Ciertamente, Feijóo logró su objetivo —eso sí, mezclando sus votos con los de los comunes de Ada Colau— e impidió que Trias fuera alcalde. Pero también demostró una cosa: que la España que él representa era incapaz de pasar página a la colisión que se produjo en 2017 y que, mientras fuera así, la vitola de perdedor y político incapaz de trenzar acuerdos le perseguiría.

El PP está siendo arrastrado por Vox hacia un extremo en que cada vez será más difícil que partidos como el PNV o Junts puedan llegar a alcanzar acuerdos sustanciales con ellos

Feijóo no pensó en Barcelona y, por más que lo repita, tampoco pensó en España. Pensó en él. En esa España avinagrada, en blanco y negro, incapaz de ver que el País Vasco y Navarra han entrado, igual que Catalunya, en una nueva etapa y que los pactos de la Transición igual ya no valen en este nuevo ciclo. Pero es que, además, la política se sustenta en eso: en acuerdos entre diferentes. Y el PP está siendo arrastrado por Vox hacia un extremo en que cada vez será más difícil, si no cambia, que partidos como el PNV o Junts puedan llegar a alcanzar acuerdos sustanciales con ellos. ¿Cómo va a explicar en Catalunya el PP que ha acabado cediendo y aceptando de Vox, entre otras medidas, que se destinen 20 millones de euros a desmantelar la escuela en catalán? Se lo podrá explicar a los suyos —y no a todos—, pero a los que puede necesitar, seguro que no. ¿En qué mundo vive Feijóo? ¿Quién le asesora?

El líder del PP regaló a sus adversarios Barcelona, pensando que obtendría rédito electoral. No fue un acto de coherencia. En todo caso, fue una negligencia, como se habrá podido ya dar cuenta. Trias no era su adversario, como se le advirtió. Y ahora sucederá en Barcelona alguna de esas dos cosas, que por una u otra razón enervan a los populares: Collboni (10 concejales) pactará con los comunes de Ada Colau (10) y los de Esquerra Republicana (5) o con los concejales de Xavier Trias (11). El PP no entra en ninguna de las ecuaciones y su único papel pasa por entorpecer acuerdos. Por destruir y no por construir. En Pamplona le ha pasado tres cuartos de lo mismo. Y, a este paso, sus alianzas fuera de Vox acabarán siendo imposibles. Y, así, sus años de oposición serán muchos más.