Si para los partidos independentistas cada dirigente político recorre un tramo de la historia de su país, este miércoles se han encontrado en Londres dos mandatarios con un perfil muy diferente pero con idéntico objetivo final: la independencia. El primero, Alex Salmond, exprimer ministro escocés de 61 años y el hombre que ha estado más cerca de la proeza de lograr la independencia de un pedazo de la Unión Europea en las urnas. Sí, sí, votando. De eso aún no hace dos años. Salmond sabe muy bien como se pierden los referéndums y qué supone confrontarse a un estado como el inglés con toda la maquinaria en contra. Su interlocutor, Carles Puigdemont, president de la Generalitat desde el pasado mes de enero y el político que pretende triunfar dentro de algo más de un año en lo que Salmond fracasó.

Uno está de vuelta de casi todo y con un lugar en los libros de historia. Estuvo a punto de llevarse por delante la carrera de David Cameron, que le abrió la puerta del referéndum que tan mal sentó en Madrid. El otro tiene por delante un futuro por construir y no exento de dificultades. Su voluntad de diálogo en España no encuentra más interlocutores que los que se encuentra bajo el paraguas de la alianza electoral entre Podemos e Izquierda Unida. Partido Popular, PSOE y Ciudadanos no quieren saber nada del referéndum y las citas que ha tenido el president de la Generalitat con Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera lo cierto es que han servido de bien poco.

Salmond suele repetir que en estos procesos independentistas, que son necesariamente largos, lo más importante es evitar el desánimo de la gente y ser persistentes, tenaces. También que su abuelo, al parecer muy aficionado a la historia, le había enseñado cómo debían ser las cosas más que cómo eran. Ambos ejemplos servirían para Catalunya aunque seguramente ninguno de ellos se los debió comentar al president Puigdemont. Catalunya lleva en los genes a partes iguales el desánimo y el volverse a levantar después de cada traspiés. Ahí está la historia de muchos siglos para certificarlo. También, la confrontación en los peores momentos. En los más delicados. ¿O sino cómo se explica que el independentismo de salón esté tirando por la borda lo que la calle ha conquistado en repetidas manifestaciones unitarias?