Las imágenes del expresident Artur Mas en las calles de Madrid increpado por un grupo de ultras con pancartas de la Falange y banderas inconstitucionales cuando se dirigía a participar en una mesa redonda con el ex ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García-Margallo en la sede del Ateneo son, cuanto menos, chocantes. Y sorprendentes. No tanto porque fueran muchos, sino porque la imagen de una España radicalmente intolerante es la que acaba copando el frame, sin sitio para los demócratas que, obviamente, también existen. Aunque, lamentablemente, no se les ve.

Ese es uno de los problemas, por no decir el gran problema. Los que no se atrevían a salir a la calle al inicio de la transición política porque eran literalmente apartados del espacio público por fascistas salen con total impunidad y con sus estandartes ultras a reprender a políticos democráticos y con una especie de consentimiento generalizado. Solo falta alguien gritando: "Se lo tienen merecido; quieren romper España", para que entonces, quizás, esa mayoría silenciosa de allá, que no es la de aquí, rompa a aplaudir. Sin duda, tétrico. Y triste. Fue el preludio al duelo dialéctico Mas-García Margallo. El Mas condenado a varios años de inhabilitación frente a uno de los autores intelectuales de la Operación Catalunya. ¿En cuántas reuniones debe haber estado validando el ataque al independentismo catalán con los mecanismos que hiciera falta? Porque solo hacía falta oírle asegurar que combatir el procés fue su gran prioridad como ministro (¡de Exteriores!) que es tanto como decir que instruir a las embajadas para desprestigiar el movimiento soberanista, cerrarle el mayor número de puertas e impedir cualquier tipo de acto llenaron su agenda durante los cuatro años en los que formó parte del Consejo de Ministros.

Claro, en este contexto inmovilista hablar de urnas y de democracia no debe sonar muy bien. Y se entiende que incluso un asistente al acto se levantara de su asiento y dijera que ya no aguantaba más (a Mas) y que se iba. Y se fue. Tanto hablar de la ley y tan poca política solo puede conducir a esto. Un mal trago, viéndolo por televisión en diferido. A aquella hora, eso sí que fue en directo, Jordi Basté y Marc Artigau presentaban Un home cau, su novela escrita a cuatro manos en un agradable y simpático acto introducido por Toni Clapés. Basté tiene partidarios y detractores, aunque personalmente nunca entenderé a los segundos. Es un hombre de muchos conocidos, saludados y de pocos amigos. Está en un momento tan bestial de su carrera que además de presentar el magacín estrella de RAC1 aún puede hacer una novela de intriga o subirse a un escenario a hacer teatro. Todo lo que ha hecho se le empieza a quedar pequeño. ¿Para cuándo el salto a TV3?