Se está llegando al momento en que todos los desatinos judiciales de estos últimos años del Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional y el Tribunal Constitucional están en tal punto de ebullición que la imagen de España empieza a sufrir graves consecuencias cuando se habla de derechos y libertades y la comparación inmediata que se utiliza es la de Turquía. Ha sido flagrante en todos los procesos judiciales puestos en marcha a partir del 2017 para tratar de parar como fuera el independentismo. No se trataba de impartir justicia sino de salvar a España, decían por lo bajini, y, en esta represión apretando el gas a fondo no se han ahorrado medios de ningún tipo, tampoco económicos.

El rechazo a las euroórdenes de extradición es un claro ejemplo y estos días estamos viendo la actuación del Tribunal de Cuentas, que todo el mundo considera desproporcionada e injustificada en privado, mientras, en público, demasiados de los que callan deberían romper su silencio y denunciar el escarnio y la venganza que se está llevando a cabo. Se le ha dado tal poder a la justicia -no es el caso del Tribunal de Cuentas, un órgano sancionador administrativo que después de cuarenta años de inoperancia, más allá de ser una fábrica de colocación de familiares, parece haber encontrado su función histórica- que ahora, por primera vez, surgen voces que expresan su preocupación.

Tenía que llegar más pronto o más tarde y finalmente ha sucedido. Al final, a nadie le gusta, si puede ahorrárselo, ser confundido con aquellos que han emprendido una deriva en que su parcialidad judicial ya está tan a la vista que no hay típex que pueda taparla. Es muy interesante leer el voto particular del magistrado del Tribunal Constitucional Juan Antonio Xiol contrario a la sentencia que tumbaba el confinamiento del primer estado de alarma. Xiol ya presentó una posición diferente cuando la sentencia del procés emitida por el Tribunal Constitucional sobre los presos políticos, condenados a casi un centenar de años de prisión.

Dice Xiol después de expresar que, una y otra vez, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha enmendado al Tribunal Constitucional: "Las posiciones esencialistas, degradadas hasta el extremo del formalismo, se han enseñoreado del Tribunal Constitucional hasta poner en entredicho aspectos básicos del estado de derecho". Y añade:  "Se me permitirá el pequeño desahogo de decir que, a estas alturas, puesto ya el pie en el estribo de la jurisdicción constitucional, es difícil no sentir cierta fatiga intelectual frente a la deriva del Tribunal". Y vaticina que "en el caso que formulo este voto particular, particularmente sensible por versar sobre derechos humanos de especial relevancia,...resulta problemático que pueda producirse una intervención [desautorizadora] del TEDH".

En la carrera para no ser confundido con el amplio sentimiento de parcialidad que cada vez más transmiten las cúpulas judiciales cada vez hay más corredores.