Una de las primeras obligaciones de los analistas políticos es, o tendría que ser, saber explicar las cosas. Facilitar, en este caso al lector, información y opinión para que libremente se pueda hacer su composición de lugar de lo que se le pretende explicar. Obviamente, la opinión será subjetiva, pero al lector siempre le quedará la posibilidad de estar de acuerdo o de estar en contra si dispone de los elementos suficientes para poder tener un criterio de las cosas. Reconozco, sin embargo, que muchas veces eso no es fácil, ya que no hay una lógica que lo explique todo. Y este jueves, en el Congreso de los Diputados, han pasado algunas de esas cosas que, por la reiteración con que últimamente están sucediendo, son de difícil explicación: ¿Por qué Esquerra sigue aguantando que el gobierno de Pedro Sánchez la deje una y otra vez desarmada ante su electorado en temas que tendrían que ser nucleares para ellos? ¿Se puede ser socio del PSOE en los temas que a ellos les interesa sacar adelante en la política española y adversarios en los que tiene intereses Esquerra, ya que repercuten en Catalunya?

El trapicheo parlamentario que ha hecho Pedro Sánchez para sacar adelante la ley del Audiovisual deja a Esquerra en muy mala posición, ya que fue la contrapartida para apoyar los últimos presupuestos del Estado. Es cierto que los republicanos han votado en contra, como no podía ser de otra manera, una vez el PSOE ha decidido apoyarse en PP y Ciudadanos, que se han abstenido, además del PNV, que ha hecho como siempre la guerra por su cuenta. El acuerdo alcanzado en su día por el gobierno con Esquerra no ha aguantado hasta el final al sacarse de la manga una enmienda contra las verdaderas productoras independientes. O, al menos, contra lo que se entendía como productoras independientes. Ahora, el campo queda abierto de par en par para que grandes grupos y plataformas se cuelen por la puerta de atrás.

Dicho en plata, con esta ley aprobada, películas como Alcarràs serían más difíciles de realizarse o casi imposibles, ya que antes otros se habrían apropiado de la ayuda económica pensada, en principio, para productoras realmente independientes que hagan su trabajo en lenguas cooficiales como el catalán. Horas antes de esa estocada, Pedro Sánchez había justificado también en las Cortes, sin sonrojarse siquiera, el espionaje a los líderes independentistas —incluido al president Pere Aragonès— y se había desentendido de cualquier responsabilidad. Dos banderillas a tu socio parlamentario —que exigió la dimisión de la ministra de Defensa, Margarita Robles, y pidió una entrevista con el presidente del Gobierno que tampoco se ha realizado, ni tiene fecha— en un solo día debería ser de difícil digestión para Esquerra por poco que los sensores existentes sobre la opinión de sus militantes y de su base electoral estén activados.

A principios de esta semana, publicábamos en El Nacional.cat una encuesta sobre la opinión de los catalanes sobre los resultados de la mesa de diálogo. Como es normal, el sondeo no podía salir de otra manera: casi el 67% hacía un balance muy negativo y solo el 8% hacía un balance positivo. Ninguno de los electores de un partido catalán hacía un balance positivo. Tampoco los de Esquerra, que han puesto toda la carne en el asador, ya que solo sus consellers del Govern están en la mesa de diálogo. El balance negativo alcanzaba el 68% de sus votantes y el afirmativo se quedaba en el 5%. En otra pregunta, el 66% de sus electores opinaba que tenían que dejar de dar apoyo a Sánchez si no ofrecía explicaciones más convincentes y asumía más responsabilidades por el CatalanGate.

Decía el premier Winston Churchill que, en política, no tiene ningún sentido decir que lo hacemos lo mejor que podemos, sino que tienes que lograr hacer lo que es necesario. Y mucho me temo que estamos lejos de que sea así.